Por Carlos Alberto Ospina M.
Hablar del conjunto de principios y normas que rigen la conducta humana se ha convertido en una expedición arqueológica, cuyo método consiste en escarbar la superficie de discursos inflados, promesas recicladas y épicas narrativas de enemigos imaginarios. Con suerte, en el intento encontramos una pizca de coherencia fosilizada.
¿Por qué no logramos dar el salto hacia el desarrollo, la prosperidad y la estabilidad institucional? Porque se pretende llegar al primer mundo sin pasar por la simple tarea de comportarnos como una sociedad que toma en serio la moral gubernamental.
Mucho menos se va a alcanzar tal aspiración con un régimen político atrapado en el ciclo interminable de la confrontación, donde todos justifican errores e improvisaciones. Lo absurdo es presentar el aparente cambio de libreto a manera de epopeya revolucionaria. Esta narrativa del conflicto les permite cumplir el objetivo de movilizar emocionalmente a los seguidores y distraer a la opinión pública acerca de las verdaderas preguntas éticas que deberían orientar el debate.
Según costumbre de gente cuerda, no es soplar y hacer botellas, calcular los efectos de esa incoherencia. Por ejemplo, es elemental destacar que la diplomacia requiere cordura, tacto, claridad y responsabilidad. La constante beligerancia a pesar de la inacción y las declaraciones desobligantes están diseñadas para alimentar polémicas o aspiraciones electorales, en vez de proyectar seriedad e independencia institucional.
Revuelve las tripas ver caer salivas y mocos de la boca de un drogodependiente que, por obvias razones, no demuestra consistencia entre lo que defiende y lo que practica. Una y otra vez, la ciudadanía vive el déjà vu de un impúdico alborotador. Aunque la indignidad crece cada vez que surge un nuevo escándalo, lo irónico es que la estructura que lo consiente y favorece permanece casi intacta. Es como si intentáramos apagar el incendio con disertaciones moralistas, mientras almacenamos gasolina en los pasillos del poder.
La ética estatal no debe construirse sobre la lógica de ‘quien pueda, que se aproveche al máximo’. Al revés, requiere de la independencia de las ramas del poder, transparencia real y ciudadanos conscientes de que lo público no es botín ni privilegio, sino un compromiso con el Estado social de derecho y el bienestar integral.
Llegar al denominado primer mundo no es cuestión de proclamas épicas ni de batallas simbólicas contra opositores imaginarios. Más bien es un asunto de principios. Aquellos que son la única brújula capaz de sacarnos del laberinto que seguimos alimentando. Ninguna transformación real surge de la inmoralidad pública.
Enfoque crítico – pie de página. Recordatorio y botón de muestra. Si Petro es repugnante, Iván Cepeda Castro es despreciable. Este último con su habitual lenguaje ácido, violento, solapado e inmoral es el candidato presidencial preferido de la guerrilla y del Pacto Histórico, quien cínicamente ha negado el reclutamiento forzado de menores por parte de las Farc. El 13 de marzo de 2024, el periodista Melquisedec Torres – @Melquisedec70 publicó el documento firmado por Cepeda en el que se autoriza el reclutamiento de niños desde los 15 años. “Atención. Este es el documento firmado por el gobierno y el ELN donde se autoriza que ese grupo criminal siga reclutando niños (menores de 18 y mayores de 15 años), violando la Ley 833 “Protocolo relativo a la participación de niños en los conflictos armados”, que lo prohíbe explícitamente.
Firmaron el 5 de febrero en La Habana y lo avaló entre otros Carlos Ruiz Massieu, representante de ONU en Colombia @MisionONUCol”.
No es un refrito, es un hecho cierto.


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