Por Rodrigo Pareja
Desde tiempos inmemoriales la humanidad enfrenta un enigma hasta ahora no solucionado y parece que así seguirá hasta el infinito, pese a que solo hay dos opciones para resolverlo.
No obstante, la aparente sencillez, historiadores, filósofos, humanistas, científicos, matemáticos, en fin, los más granados y sapientes de la colectividad, se han declarado impotentes y preferido que el asunto siga en el misterio: que fue primero: la gallina o el huevo.
Y si esa pléyade de pensadores y de grandes hombres no han sido capaces de aclarar el asunto, mucho menos lo serán empresarios y trabajadores colombianos enfrascados una vez más por esta época en la discusión del salario mínimo asignado a los trabajadores.
Reemplazando lo animal por lo económico, puede preguntarse entonces qué debe ser primero: ¿producir para vender o comprar para producir?
En otras palabras, producir bienes de consumo en gran cantidad, inundar el mercado con productos de primera necesidad, atender la demanda, rotar inventarios o buscar incrementar las ventas, todo lo cual supone aumentar puestos de trabajo y horas de actividad.
Pero si toda esa producción no tiene salida y permanece atiborrada en los estantes y vitrinas porque nadie compra por falta de dinero no se consigue absolutamente nada.
Antes que mover la maquinaria sin descanso, habría que pensar en procurar los recursos para que el resultado final de esa necesaria decisión empresarial, orientada a la esperada reactivación de la economía, fuera absorbida por el consumidor y diera el resultado esperado.
Mercancía que no se compra caduca o se deteriora; dinero que no tiene en que invertirse es inservible y se devalúa. Es imprescindible alcanzar ese punto de equilibrio en el cual los dos sectores se complementen, sin que uno de ellos, como se dice popularmente, se lleve en los cachos al otro.
En plata blanca, lo de la gallina y el huevo se traduce en el escenario colombiano a dos cifras: reajuste del mínimo en un 14%, según la primera fórmula esgrimida por los trabajadores, o aumento del 1 o 2%, posición de los empresarios.
Este escenario es el de la vida real, donde no cabe la peregrina tesis del ministro de hacienda, Alberto Carrasquilla, quien afirma sin sonrojarse que en Colombia “el salario mínimo, respecto del salario promedio de la economía y la productividad de la economía, es de los más altos del mundo”.


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