29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Reflexiones del rector del “Poli”: Lo que el coronavirus se llevó

@PolitcnicoJIC @GobAntioquia

Ante todo se llevó la tranquilidad y a cambio nos trajo incertidumbres y problemas por resolver, para los cuales nadie estaba preparado. Y sin embargo muchos persisten desde sus oscuras trincheras, en atravesarse, en arrasar con lo que otros tratan de hacer bien, en ejercer el oficio más cómodo del mundo, criticar con pasión, sin ninguna benevolencia y con nula capacidad para proponer alternativas.

Miles de historias, muchas de ellas repetidas y otras inéditas, se escuchan por todas partes, narrando las tragedias que viven las familias por la falta de ingresos, por la pérdida paulatina de empleos y oportunidades; todo generado por esta pandemia que obligó a echarle cerrojo a la economía y a la vida social de la gente. La Organización Mundial del Trabajo, sostiene que en el mundo, en solo tres meses, se perderán 195 millones de empleos.

Pasan las semanas, una tras otra, y la crisis se ahonda más. Los gobiernos de todo el mundo expiden cientos de decretos diariamente, como si esos decretos estuvieran dotados de vida propia para resolver la infinidad de problemas que existen. Mandatos que a la postre muy pocos cumplen, porque si algo más perdimos, fue la capacidad de tomar decisiones audaces para el beneficio colectivo. No solo nos enclaustramos en nuestras casas, sino que con ello, muchos sacaron a relucir lo peor de su condición humana, como una manera de defender hasta con los dientes sus propios intereses y los de sus familias.

Este Covid-19 se nos llevó la capacidad de abrazar físicamente a quienes amamos y con una filosofía barata, algunos que tratan de pensar por todos, nos quieren hacer creer que es lo mismo sentir el calor físico de las personas, que adivinar la energía que se nos transmite a través de una pantalla de computador o de un celular. Una cosa es que nos tengamos que aislar socialmente por obligación, y otra muy distinta es que a punta de cuentos, nos quieran hacer ver la nueva realidad como algo que se debe asimilar con normalidad.

Pareciera que se hubiera perdido la capacidad de pensar con lógica. Como en un juego de roles, se lanzan de manera temeraria, noticias que prolongan en el tiempo este estado de las cosas, sin pensar en el efecto y la trascendencia que esas informaciones tienen en la marcha del país y en el estado de ánimo de sus habitantes. Aquí no se trata de mostrar quién es el más intrépido, sino quién está en capacidad de hacer un balance independiente de cualquier postura ideológica, para medir y asumir los riesgos de dar apertura gradual a la economía y a la par mantener el distanciamiento social, única herramienta disponible por el momento, para retrasar la expansión del virus.

Esta pandemia se nos llevó la poca confianza que teníamos hacia los demás. Tan solo observar las miradas rayadas de unos con otros en medio de una fila para entrar a un supermercado o a un banco, reafirman esta lectura de la realidad. Y digo mirada rayada, porque de ahí para abajo solo se ve el trapo de moda tapándonos la cara. Peligrosamente estamos viendo al enemigo en el prójimo, como si las personas motu propio, llevaran la maldad consigo para contagiarnos.

Perdimos la serenidad y se apoderó de todos el desespero. Y muchos, que desde afuera nos deben mostrar con calma la realidad, se dedicaron a distorsionarla y a enrarecer el ambiente, más de lo que está. Valientes líderes de opinión, aquellos que a pesar de esta monumental crisis, aún se dedican a defender irracionalmente, intereses ideológicos, políticos, económicos, o de cualquier otra índole. Ponderan sus argumentos de siempre, y tratan de aplastar la esperanza que tenemos la inmensa mayoría, que con la resiliencia que nos caracteriza, una vez más superaremos la adversidad.

Lo único que no se puede llevar el coronavirus, es nuestra fortaleza para enfrentar sus devastadoras consecuencias. Puede que nuestro cuerpo no sea inmune a él, pero nuestra mente debe contar con las defensas necesarias para aplacar su feroz ataque. No nos hacen bien los imitadores del avestruz, que quieren que enterremos la cabeza hasta que pase la tormenta. Si lo hiciéramos, cuando saquemos la cabeza del hueco, podríamos encontrarnos con que ya nada de lo que construimos con tanto esfuerzo existe.

Los abuelos en su infinita sabiduría, acostumbraban decir que hasta una patada nos hace avanzar, y el gran escritor francés, Albert Camus, con una retórica más refinada, les daba la razón cuando afirmaba que: “En las profundidades del invierno, finalmente aprendí que en mi interior habita un verano invencible”.

Libardo Álvarez Lopera

Rector