Nota: El 2 de julio se cumplen 25 años del asesinato de Andrés Escobar, el jugador de la Selección Colombia y del Atlético Nacional. Su colega y amigo, Alexis GarcÃa, escribió hace cinco años para El Tiempo la columna que les comparto a continuación. También retomo la que escribà en su momento para El Colombiano, Oscar DomÃnguez
Por Alexis GarcÃa, Publicada en El Tiempo del 1º. de julio de 2014. (foto Alexis).
Hace veinte años, Colombia jugaba el Mundial de Estados Unidos; vivÃamos una circunstancia especial después de haber llegado a ese paÃs como candidatos al tÃtulo.
Avalados por una magnÃfica eliminatoria, los triunfos y el hermoso fútbol convirtieron a nuestros jugadores en modelos, en paradigmas del éxito, dioses de carne y hueso que andaban en una alfombra mágica por el mundo.
El paÃs, desde el Presidente para abajo, se unió alrededor de la Selección. Nos sentÃamos más colombianos que nunca. Eran esos instantes mágicos de euforia que depara un deporte como el fútbol, momentos que nos permiten crear un lazo fuerte de unidad nacional. Es desde los logros de unos muchachos de diferentes razas y clases sociales como se crea un hilo afectivo, que, unido a los resultados, va tejiendo el cariño y el orgullo por la patria.
DecÃa nuestro nobel, GarcÃa Márquez, otro orgullo colombiano, que en este paÃs solo nos unimos ante un éxito deportivo o ante una tragedia nacional. Fue eso lo que exactamente nos ocurrió hace veinte años: pasamos del favoritismo de ser ‘campeones mundiales’ a ser el único paÃs que mata a uno de sus Ãdolos por un error deportivo.
Pueden estos factores tener un gran costo, porque vivimos viéndonos triunfadores en batallas imaginarias permanentes; vivimos en nuestro impulso propio de vivir recreando en nuestras mentes un mundo en el que somos los mejores del planeta, pero no sabemos que para ser los mejores debemos crecer como sociedad, no seguir esperando arrebatos personales de creatividad individual que nos lleven a la gloria.
La muerte de Andrés Escobar, el Ãdolo, el amigo, fue un hecho imperdonable que vivió nuestra sociedad; fuimos al cielo y nos devolvimos al infierno con una afrenta como esta; mostramos las hilachas morales que sostienen nuestra cultura, carente de valores y principios de respeto a lo más sagrado: ¡la vida!
El fútbol te invita a creerle más a la magia que a la razón, a lo inusual que a lo cotidiano. Esa apuesta por la épica convierte a nuestros representantes en héroes o villanos; no hay opción para equivocarse.
Hay que hacer conciencia de que, en ocasiones, la fantasÃa y la realidad no coinciden; la gloria a veces no ha recibido la cita a tiempo con la historia. Es ahà donde hay que entender que el fútbol termina siendo un juego en el que, afortunadamente, no sabemos qué puede pasar.
Hace 20 años alguien se tomó el atrevimiento de destruir a un Ãdolo con todo su peso simbólico. La sociedad consumió al fútbol, el paÃs entero lloró, asà como en este momento rÃe y celebra con la actuación en el Mundial de Brasil.
Los tintes patrióticos que hacen girar el paÃs alrededor de un brazuca (el balón del Mundial), de unos muchachos que nos han dado una gran alegrÃa y nos han inundado de un gran orgullo, nos ponen a celebrar victorias ruidosas.
Dios nos libre de parrandas mortales. La pérdida de Andrés, el hombre, no tiene nombre: no solo se llevaron al futbolista, sino también a un ejemplo; no solo a un Ãdolo, sino también a un lÃder.
Por estos dÃas, en los que celebramos una magnÃfica actuación de nuestra Selección, con la certeza de que los goles de James y las resonantes victorias quedarán pegadas a las paredes de nuestras mentes como un cuadro de eterna felicidad, querÃa solo recordar que hace veinte años la sociedad le metió un autogol al fútbol.
Asà como vibramos hoy con las victorias, los más cercanos conmemoramos con tristeza un aniversario más de la muerte del gran Andrés Escobar.


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