29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Quiero un préstamo para comprar un banco

Jorge Alberto Velasquez Pelaez

Jorge Alberto Velásquez Peláez

No soy banquero, y mi acercamiento con ese tipo de entidades se ha limitado a sobregiros y a deudas, razón por la cual quizás Usted no me considere autoridad en la materia como para perder tiempo leyendo esta breve columna.

Pero hágalo, así sea para decirme bruto, ignorante, o antigobiernista, nada pierde, al fin y al cabo no hay mucho qué hacer en estos días.

Léame como a un paisano común y corriente, que quiere simplemente confesar que anhela un préstamo, para crear un banco.

En efecto, sueño con ello, pues estoy convencido que es el mejor negocio del mundo: un banco trabaja con la plata ajena y cobra por ello, y a veces incluso le presta algo a sus dueños de verdad, aunque cobrándoles a ellos también una tasa de interés, como lo hace con todos.

Y es buenísimo el negocio, pues si acaso hace falta dinero para prestar, acude al propio gobierno para que éste le entregue dinero -de Bancoldex o de Finagro, en el caso colombiano- a una tasa obviamente muy por debajo de la que el banco va a cobrar.

Y como ya nadie utiliza el colchón, todos acuden a los bancos, ricos y pobres, gobierno, curas y monjas, uribistas y los de Petro. A propósito, ¿dónde guardará la plata Otoniel, el CEO del Clan del Golfo? ¿En el mismo colchón de la llamada oficina?

Hasta aquí, Usted debe estar de acuerdo conmigo en que es muy bueno tener un banco. Pero el negocio es mucho mejor, veamos. Si por ejemplo yo soy el propietario de uno de ellos, y dilapido la plata de mis clientes -sería muy feo decir dueños- no hay problema, pues el gobierno cubre esas pérdidas, como lo hizo el de los EE.UU. cuando finalizando la década pasada, regaló a los bancos de ese país tres trillones de dólares, cifra frente a la cual un potencial colega mío de apellido Sarmiento, si yo llegara a ser banquero, parecería un mendigo.

Aunque lo pareceria un poco menos si María Jimena Duzán, única columnista buena que le quedó a Semana, no hubiera denunciado hace menos de un año que nuestra ministra de transporte quiso pactar con los bancos -léase grupo Aval- $1,2 billones de pesos por deuda de Ruta del Sol, la cual terminó siendo de casi un billón menos.

Recordemos, además, que el famoso impuesto temporal 4×1000 nació para aliviar una crisis de los bancos, y hoy es un saludable adolescente de veinte años de edad. Yo sí quiero ser banquero. Y cómo no quererlo, sí, por ejemplo, mientras contaban Luis Carlos o Bancolombia sus tres billones de pesos de utilidades en 2019, el gobierno les fue llenando aún más sus arcas con dinero fresco, esta vez para combatir la epidemia del coronavirus, a través de contratos y subsidios que obviamente requieren de intermediación financiera.

Los bancos entonces se convierten de nuevo en protagonistas, como los ricos del momento, y de siempre, con plata ajena, cobrando un poco por aquí y cobrando un poco por allá, facilitando por aquí,  obstaculizando por allá, y por supuesto, tratándose de solicitudes crediticias de pequeños empresarios, negando, para negar luego que lo estén haciendo.

Ah, y en vista de que no quieren asumir ningún riesgo, el gobierno, a través de un fondo de garantías, se compromete a pagar el 90% de una deuda al banco si el cliente no paga.

Y aun así, el cliente debe ser humilde y rogar por la autorización de un préstamo, si acaso lo atienden.

Insisto, un banco es un maravilloso negocio en el cual, sí hay ganancias, obviamente éstas se privatizan, y sí hay pérdidas, se socializan.

Pero qué mala imagen se forman algunos de ciertos banqueros, aunque una donación pequeña, engrandecida mediáticamente, ayuda un poco a mitigarla.

Banco Popular, Banco Central Hipotecario, Caja Agraria, Banco Ganadero, Banco Cafetero, fueron bancos del estado colombiano que operaron muy exitosamente en el pasado durante muchas décadas, pero desaparecieron o quedaron en manos privadas, para que también desapareciera la actuación bancaria en materia de promoción y desarrollo.

Colombia necesita hoy una banca que se vincule y comprometa con el desarrollo nacional, con créditos amplios, suficientes, accesibles y baratos para la reindustrialización, la renovación tecnológica, la recuperación de las exportaciones, la pobrísima agricultura, e incluso, la infraestructura y la odiosa minería.

Pero no ese el interés de nuestros banqueros, y quizás tampoco así lo espera de ellos el gobierno.

No obstante, siendo tan buen negocio tener un banco, y de no poder hacerlo yo, propongo que al menos se cree un gran banco nacional estatal, o un IDEA paisa como banco, para atender a los pequeños y medianos empresarios, a las famiempresas y a las  personas comunes y corrientes, a los colombianos que trabajan y hacen patria, la misma patria en la que viven los sofisticados banqueros que ignoran a los de abajo, o cuando no es así, los maltratan.

Que ellos, Luis Carlos y los demás, se dediquen a los ricos y grandes compañías, como lo han hecho siempre.