
De Alejandro Torres y Juan Pablo Merchan, editada en conjunto por 6 universidades antioqueñas.
Paisa que se respete ha oído hablar de Epifanio Mejía. El que no, a lo menos ha recitado con vigorosa entonación “Oh libertad que perfumas las montañas de mi tierra, deja que aspiren mis hijos tus olorosas esencias”, que es la primera estrofa del Himno Antioqueño y son versos de su autoría.
Probablemente por ello seis universidades de la región, la Bolivariana, Unaula, la Remington, la CES, la EIA y la IUE se pusieron de acuerdo en editar este libro que, en vez de enorgullecerles, debería darles vergüenza o generar una autocrítica sobre los profesores que ejercen como lectores y editores en esos centros docentes de educación superior.
Salvo la compilación de lo que quizás puede ser toda la obra poética de Epifanio, lo demás es un trabajo de grado a punto de ser descartado por los calificadores. Su nivel narrativo es de principiantes. Sus puntos de vista sobre la influencia del paisaje y la vida antioqueña los lleva a un infinito desprecio por lo que significó en un momento el que sus versos se recitaran de hogar en hogar, en las vegas de los ríos o en los páramos de Santa Rosa.
Quizás porque ambos autores del desaguisado tienen nexos con Yarumal, la tierra que vio nacer a Epifanio, el prólogo está dedicado a medir las circunstancias de atraso en que esa población ha caído, no a hurgar en textos de la época lo que simbolizaba ser de Yarumal.
Este poeta da para mucho más que el rupestre trabajo que nos ofrecen en su libro. Sin embargo, uno no le puede pedir peras al olmo y el par de autores no presentan ninguna validación literaria y apenas si tocan guitarra. Pero que en ese cúmulo de universidades que los editaron no haya existido un lector que repare el bajísimo nivel de la obra y elimine la cháchara y deje solo los poemas clasificados debidamente, resulta imperdonable a estas horas de la vida cuando la IA supera la falta de talento.
Epifanio, quien entró en los pasadizos de la locura cuando cumplía 32 años y solo salió de ella al morir 33 años después, en 1913, merecía otro tratamiento.
Las universidades que patrocinaron este despilfarro quedan en deuda no solo con Antioquia sino con la literatura colombiana. (Opinión).
Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal.
Más historias
Aumenta la población ocupada
La muerte del pensamiento
Humor y política