(O Los escritores como las putas, de feria en feria)
Los escritores terminamos hoy día como las putas de antaño. Vamos de Feria en Feria para que nos lean y nos conozcan y sigamos convencidos que el espíritu de lectura que hace parte de la civilización occidental permanece latente. En Colombia el asunto se volvió costumbre cultural y como el índice de lecturabilidad ha descendido verticalmente y las editoriales entraron en el círculo vicioso de que no pueden hacerle publicidad a un libro porque los números de ejemplares vendidos a los precios de hoy no justifican esa inversión, las Ferias del Libro han terminado siendo responsabilidad de los gobiernos territoriales coordinados por la Cámara del Libro, que sostiene su gesta lánguidamente. La de Bogotá es una excepción porque además de ser la única que cobra por el ingreso de los visitantes, se da el lujo de invitar a una pléyade de escritores extranjeros y a buena parte de los colombianos.
De las otras la más grande obviamente es la de Medellín, que se adueñó del Jardín Botánico y quizás sea la que ha conseguido cosechar el impulso del crecido número de librerías que poseen la ciudad y los municipios del Valle de Aburra. Yo me la gocé esta semana. Me emocioné ante el clamoroso público que repletó la sala Aurita López para oír mis herejías y ver volar El Papagayo y más aún cuando al salir me encontré con una cantidad de frustrados lectores de mis obras que no pudieron entrar y no gozaron del privilegio de las pantallas de trasmisión de los espectáculos porque esa Fiesta del Libro de Medellín todavía la hacen como máquina de coser Singer: a pedal.
Me divertí cuando quise con mi presencia rendir un homenaje a John Saldarriaga, el acucioso crítico literario antioqueño que debatía con Memo Angel. Lo hicieron en una carpa para 30 personas situada entre otras dos carpas donde simultáneamente explicaban la vida de las abejas al costado norte y en otra igual del costado sur se enseñaba a leer a una de las tantas volquetadas de niños que uniformados y presidid os por sus maestras llegaron toda la semana a empaparse de libros, aunque ninguno compraba libro alguno. Era como una película de Fellini. Todos los tres voceros de la cultura con parlante a alto volumen se mezclaban para finalmente no entender nada en ninguna de las tres carpas.
Bueno no debo exagerar ni mucho menos desechar que finalmente era una Feria y una Fiesta y allí los escritores olvidamos que o actuamos como las putas o nos quedamos sin lectores.
Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal
Audio: https://youtu.be/8_Bd18Yyf10


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