28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Qué está leyendo Gardeazabal: Reseña de la novela CASA DE FURIA de Evelio José Rosero

El rococó se caracterizó por haberle infundido al arte una alegría descomunal, abriéndole espacio al humor, a la gracia y al erotismo ligero. Su carácter era festivo, pero fue recargado en la decoración de los ambientes que describió en la pintura o en la escritura pese a que fueron luminosos y entusiastas.  

Hasta la semana pasada, casi nadie se acordaba de esa manera de manejar el arte, pero por estos días apareció la última novela de Evelio José Rosero en Alfaguara y se desbordó inescrupulosamente el rococó. Pretendiendo parodiar o caricaturizar una fiesta de la burguesía ascendente, en casa de un magistrado de la Corte, lleva al extremo la localización y descripción de personajes y situaciones consiguiendo desbordar al más grotesco estilo kitch mientras demuestra que de vicios y procederes de la burguesía el autor no ha tenido tiempo en su vida de asomarse a conocerlos para poderlos remedar. 

Rosero se ha caracterizado por ser un excelente narrador. Cayó en excesos y doblajes cuando se metió con la carroza pastusa de Bolívar, pero patina al extremo de la ridiculez con esta novela, CASA DE FURIA, pues no alcanza a ser expresión del arte horroroso de las perfomances que espantaron el arte de las galerías, pero se devuelve sobre sí misma para convertirse en empalagosa. 

En esta novela entran a la misma fiesta el Mercedes Benz del magistrado o la mula de arriería del pariente menos o más bandido de los allí reunidos. Hay asesinatos por doquier y sin razones lógicas o al menos evolutivas para ser disculpadas en la narración. Hay violaciones insensatas y sin ningún gusto, menos por placer. El dueño de la fiesta sale despavorido de ella para ser secuestrado a la vuelta de la esquina sacrificando la verosimilitud. En las mesas se sirven viandas tan ordinarias como la lechona, el ron y el aguardiente, al lado de caviar y champan barato. En las habitaciones y bibliotecas atosigantes de madera repujada se esconden a las hijas borrachas o arrechas, en los aposentos se codean el arzobispo con el mafioso de mala cuña, se oye música arrabalera y se confunden escoltas atropelladores con sirvientas ninfómanas. Hay empleados traídos de las fincas y choferes de toda la vida que más parecen salidos de una casa de espantos. 

En fin, hay tanto y tan en demasía de tanta cosa que hasta la habilidad narrativa de que ha gozado Evelio Rosero a lo largo de su productiva existencia como el novelista que deleitaba, se pierde en el fango de lo inverosímil y lleva la novela a ser en determinado momento ilegible así sea pantagruélica o simplemente una montonera de muy mal gusto.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal.