19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Qué está leyendo Gardeazábal: Luis, Hermano mío, biografía del pintor Luis Caballero  

  1. @eljodario 
  • Escrita por su hermana Beatriz y editado por Taurus 

Luis Caballero fue un pintor demasiado fuerte para olvidarlo. 

Muy prolífico en producción para convertirlo en joya comercial y muy distante de su Colombia natal (vivió más de la mitad de su vida en París) para hacer vibrar la memoria de los colombianos que tuvimos la posibilidad de conocer colgados en galerías y exposiciones sus cuadros frescos, recién traídos de su mansarda parisina.  

De su padre, Eduardo Caballero Calderón, el inolvidable novelista de “El Cristo de Espaldas”, el columnista de la prensa bogotana, el ganador del premio Nadal, debió heredar su capacidad de captar en pocos rasgos la vitalidad de los muchachones que le sirvieron de modelos para sus desnudos impactantes. Pero sobre todo para hacer el trajín de la vida, manejar el vigor de su promiscuidad en las orillas del Sena, atarse de los fugaces amores de su vida y para resistir el Sida que finalmente lo derrumbó, como a buena parte del combo que le rodeaba.  

Sobre ese pintor especialísimo. Sobre su familia cercana, sus padres, su hermano Antonio Caballero, columnista, dibujante y hasta historiador y sobre ella misma, Beatriz Caballero ha hecho un libro bellamente editado, luminosamente adornado con fotografías estupendas del pintor y de algunas de sus obras, pero lamentablemente escrito con la mala leche que caracterizó en la pluma a sus padres, a sus hermanos y al cineasta Carlos Mayolo, con quien ella convivió los últimos años de su vida.  

Como tal, el libro se despoja de objetividades casi desde la primera línea, juega a la sorpresa familiar de confirmar la sospecha de que Eduardo Caballero Calderón, su padre, era tan homosexual como su hijo Luis y hace un recuento de película fellinesca del mundo, los caprichos y los personajes de vaudeville que pasaron velozmente por la vida del pintor hasta lograr, hay que admitirlo y resaltarlo, un texto bien cuajado que deja sabores agridulces, pero los deja impregnados en quien lo lea.  

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal.

No es entonces una biografía metódica ni un reportaje póstumo. Es más bien un documental con la soltura y la gracia maleva de los que hacía Mayolo y que rechazaría la parentela dediparada bogotana de las que descienden los Caballero Holguín.