Por Oscar Domínguez G.
Las madrastras, como las suegras, son mamás sin poesía. No tienen día fijo en el calendario para recordarlas. Tienen todo el año para olvidarlas.
Digamos que al gremio de las madrastras le ha ido mal en la literatura y bien en la historia. No he podido encontrar un poema, bueno o pésimo, en su honor.
Apenas un adagio de ribete autoritario las recuerda: “A madrastra, la palabra le basta”. Cargan con la peor fama desde cuando el francés Perrault creó dos ogros en el oficio de madrastras, y las puso a vivir en sus cuentos de Blanca Nieves y la Cenicienta. O sea que nacemos y pronto estamos recibiendo información equívoca sobre estos especímenes, y perdón por ese terminacho nada coqueto.
Tienen bien ganado espacio en la historia. Para empezar, la mujer más bella del mundo faraónico que se bañó en el Nilo, Nefertiti (“la bella ha llegado”), mujer de Amenofis IV, fue criada con todos los juguetes por la segunda esposa de su padre.
El célebre Taj Majal fue construido a lo largo de 20 años por 20.000 hombres para curar una tusa de amor del Sha (rey) Jehan, de la India. Esa tusa fue provocada por la muerte de la hermosa Arjumand Banu, mejor conocida como Mumatz Majal.
Del matrimonio hubo una docena de hijos. Fueron catorce, bajita la mano, incluidos los dos que heredó del anterior matrimonio de su señor. Convertida en madrastra, Mumatz atendió tan espléndidamente a sus entenados, que podría despachar como la patrona de las madrastras.
Mumatz puso en práctica la jurisprudencia de oro de toda madrastra: tratar a todos los hijos como si fueran propios. Y aguantar estoicamente los vainazos de los entenados que se creen de mejor familia.
Leonardo Da Vinci es considerado el hombre más perfecto que ha producido la humanidad. Nada le fue extraño a Leo (¿¡) en los campos del conocimiento y la belleza. Pues bien, Piero, su padre, tuvo a Leonardito por fuera del libreto matrimonial, con Caterina, una campesina. Piero trajo a Leo a casita para que su mujer lo criara. Su madrastra merece todas las orquídeas del mundo porque perdonó y olvidó los cuernos del marido, y no le ahorró arrumacos al pequeño genio.
Arrimémonos más en el tiempo. El taquillero presidente norteamericano Abraham Lincoln quedó huérfano a los 8 años. Su padre viudo, vale decir, soltero cero kilómetros, detestaba dormir solo. El azar lo hizo coincidir con doña Sara Bush Jhonson. Qué casualidad: también ella era viuda. Papá Lincoln no se paró en pelos y el joven Abraham quedó con tres hermanitos más.
En los tiempos que corren, las madrastras, sin querer queriendo, se han puesto de moda. Es tal la importancia que han adquirido, que las mujeres deben acreditar antes de contraer matrimonio que están debidamente dotadas para ejercer de madrastras.
Jacqueline Kennedy fue madrastra famosa de la prole del multimillonario griego Aristóteles Onassis.
Diane Keaton es una madrastra sui generis: en compañía de Woody Allen adoptó varios hijos. Con esta variante: por un extraño gambito sentimental del célebre cineasta, una de las entenadas se convirtió en mujer de su padrastro. De película.
El octogenario Nobel Mario Vargas Llosa, protagonista de su propio novelón, les puso madrastra a sus hijos: Isabel Presley. “La felicidad se llama como ella”, dijo el peruano, y salió para otra novela. (Mario ya recogió velas y dejó a Isabel. Bueno, parece que fué al contrario).
Colombia no se queda atrás, ni más faltaba. Para mencionar solo algunos casos, doña Amparo Rodríguez viuda de Turbay fue madrastra de los hijos del expresidente con doña Nidia Quintero.
Tenemos madrastra de importación: la ceramista venezolana, Dalita Navarro, fue esposa del fallecido poeta Belisario Betancur, tres veces taita.
La siquiatra Lucrecia Ramírez, mujer del exalcalde de Medellín, fue también primera madrastra del municipio. Una ilustre exmadrastra es la patoja más bella del mundo, Marujita Iragorri, quien estuvo casada con el industrial Carlos Ardila Lulle.
Y si Germán Vargas Lleras corona presidencia, Luz María Zapata, su esposa pereirana hace 19 años con sus noches, es madrastra de Clemencia, la talentosa hija del actual vice.
Una conclusión de tas-tas es que las mujeres de ahora se casan no solo para ser esposas, sino madrastras. Todo por el mismo salario.
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