25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Premodernidad y modernidad  

Dario Ruiz

Darío Ruiz Gómez  

El presidente electo ha insistido en que su tarea consiste en pasar del país premoderno al país moderno. Y el propósito parece más que respetable solamente que exige al respecto mucha claridad para no perecer enredado en la maraña de clichés desgastados en que este propósito político se ha venido caricaturizando.  

El mapa electoral hace un llamado de atención pues el país que votó por Petro es curiosamente el país premoderno, el de los grandes territorios cuya población permanece dominada por estructuras económicas y sociales que desconocen el impacto del progreso y sobre todo del reconocimiento del individuo como ciudadano(a).  

Al lograr que la Iglesia católica reconociera que los indígenas tenían alma como lo hizo el Padre de las Casas fue reconocer que cada indígena es un individuo, un ser que piensa. Somos católicos y universales y sobre todo contamos con el libre albedrío que reconoce nuestra libertad de decidir. A las sociedades que permanecieron al margen de las estructuras capitalistas las llamó Marx formas de producción precapitalista.  

El país que votó por Petro es el país que, en las grandes llanuras, en las selvas, en las altas montañas vive aún bajo narrativas ancestrales. Regiones y culturas agredidas no por “feroces” colonialistas españoles sino por las guerrillas, el narcotráfico que han destruido sin contemplación algunas sus territorios sagrados, sus culturas.  

El país moderno se inicia en Colombia con la aparición de la República y en Antioquia cuando en el siglo XIX se industrializa la producción del café, la explotación de las minas y se establece un notable comercio hacia y desde Jamaica, Londres, París, Nueva York, la modernidad nace con el concepto de una Democracia liberal robustecida por el juego de los Partidos, la incorporación de las regiones, de las etnias tal como se logró en 1939. Modelos de producción capitalistas. 

Recordemos que el populismo supone un modelo de regresismo a lo premoderno tal como lo ilustra el deplorable caso de Argentina y lo vive hoy el Chile moderno ante la agresión de la inventada guerrilla Mapuche, la negación de un modelo de producción agraria con la tecnología moderna para regresar a la agricultura del llamado pan coger. 

¿Deben las comunidades ancestrales conservar el derecho a aceptar los retos que suponen las conquistas del progreso industrial, tecnológico creando nuevos empleos que es lo que están haciendo los grandes empresarios, o, seguir impidiendo que las nuevas generaciones se integren a una sociedad moderna?  

Es aquí donde el populismo comienza su tarea de falsificación de los valores de las culturas ancestrales atomizándolas en un multiculturalismo que les sirva para sus fines políticos, pero dejándolas abandonadas en una aculturación vertiginosa ya que después de ser sacados de sus  territorios sagrados – el ELN es especialista hoy en estos desafueros- para convertirlos en invasores de haciendas, fincas o sea en terroristas lo que verán de sus territorios “cuando llegue la paz total” serán las ruinas de los laboratorios de coca, la farsa de la justicia “ancestral”.  

Y aquí viene otro malsano ingrediente: el igualitarismo por lo bajo y no bajo el rasero de la igualdad de oportunidades para todos.  

¿Cómo dar paso entonces a una sociedad del disenso y de la diversidad? El CRIC es un ofensivo anacronismo, un campo de concentración disfrazado de “derechos indígenas”, lo es el nombramiento para hablar en la Sociedad de las Naciones del Mundo, de una supuesta arhuaca que solamente habla arhuaco, y lo es de un terrorista reconocido como Giovanni Lule experto en invasiones violentas de haciendas y fincas “de los blancos”.  

Demagogia oportunista ya que este es por excelencia un país mestizo y una cultura mestiza. Porque como recuerda Kant el verdadero progreso consiste en liberarse de la superchería y la ignorancia y en aceptar los retos de la Razón civilizadora.