17 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Política y humor: anecdotario de Gerardo Emilio Duque

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Gerardo Duque

Un ganadero del Bajo Cauca dueño de una hacienda en una apartada región de Colombia, tenía como mayordomo a un señor campesino absolutamente desentendido y negligente en el manejo de la finca.

El patrón no podía ir por problemas del orden público tan deteriorado que se vivía en la zona.

Un día cualquiera logró comunicarse el dueño del predio con el trabajador y le dijo: “Arnulfo, cómo va la finca, que hace más de seis meses no voy”. El mayordomo le respondió: “bien patrón, bien, esta finca marcha como un relojito, es una belleza, todo por aquí excelente, los detallitos que no faltan, que siempre preocupan, pero ahí vamos”.

Y el patrón le dijo: “cuáles detallitos”. El mayordomo le contestó: “Patrón, pues la muerte del pajarito”. “¿Cuál pajarito?”, le dijo dueño. “Pues ese quetzal uruguayo que vos dijites que valía diez millones de pesos se murió”. “Cómo que se murió el pajarito hombre, no jodás y de qué murió”. “Pues señor de comer carne de caballo”. “Cómo que carne de caballo, si ese pájaro tenía frutas”. “sí, el caballo, el negro azabache se murió, el que había ganado como cuatro concursos de paso fino”. “¿Oro negro?”. “Sí patrón, oro negro murió”. “No sea bellaco, hombre qué le paso a mi caballo”. “Ahh, de cargar agua se reventó por dentro”. “Cómo así que un caballo de esos cargando agua, si en la finca hay acueducto. P’a que diablos necesitaban más agua”. “Ahh patrón, para ayudar a apagar el incendio de la finca”. “Cómo que se quemó la hijueputa finca, hombre que pasó”. “No señor, una vela que se cayó y se quemó la finca, señor”. “Pero por qué velas en la finca, si allá hay luz”. “Ahh mire, patrón, velando a su mamá, como que murió mi mamá Dios mío, qué tragedia y de qué murió mi mamá, hombre”. “Doña Encarnación murió ahogada”. “Pero cómo la dejaste meter a la piscina si era una anciana”. “Eso fue tratando de salvar a su hermano que se fue al charco y de todas maneras se ahogó también, de resto patrón todo es una berraquera”.  

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Fui designado como gerente de la Fábrica de Licores de Antioquia en el gobierno del ilustre prohombre Gilberto Echeverri Mejía.

Al sábado siguiente, dos días después la posesión me fui de sport y solo a dar una vuelta por la envasadora de licores a conocer ese inmenso patio de cargue y descargue. Estando parado en la mitad de dicho patio, en esa soledad pues el conductor estaba afuera en el parqueadero, salió un trabajador con su uniforme característico. Pasó por el lado mío, lo saludé cordialmente y le dije: “cómo estás, cómo vas”. “Aquí boleando señor”. Le pregunté: “¿y como la vas con la gente de la parte administrativa”. Y me contestó: “regular, ni los conozco siquiera, por ahí dizque llegó un nuevo gerente… yo creo que es un guevón ahí, uno como no se entera. Le dije: “y qué te toca hacer en la fábrica”. “Ahh, estoy en la envasadora, señor. Y el trabajador dijo: “usted quién es, que lo veo aquí solo mirando p’a todos los lados en un fin de semana”. Entonces le dije: “soy el gerente de esta empresa”. Y contestó el muchach: “¿gerente? entonces yo soy el papá guevón, bobo pendejo, dizque gerente, ganas no le faltan, siga soñando bobo”. Se fue y seguía insultándome, y despareció, me quedé impávido, estupefacto con esa vaciada que me pegó.

Al lunes siguiente le conté al doctor Humberto Montoya, Gerente de Producción, lo que me había pasado. El hombre muerto de risa me dijo: “seguro es Clavelito, un trabajador que es hasta trovador, mándelo a llamar gerente a ver qué cara hace”.

Di la orden de que lo buscaran para que subiera a la gerencia. Le dieron la razón. El hombre cogía la cabeza y decía: “¿A la gerencia? yo nunca he ido allá, por Dios p’a que me estarán llamando”.

Después del llamado que se le hizo me dice la secretaria: “doctor aquí está clavelito que usted lo llamó” “Dígale que pasé, clavelito entró y se puso pálido cuando me vio yo le dije se acuerda de mí…”  Clavelito empezó a balbucear… “doctor yo no sabía que era usted… perdóneme doctor, qué vergüenza, pero es que usted tampoco tiene cara de nada”. 

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Una matrona Yarumaleña llamó a mi mamá y le dijo: “Angelita por Dios, estoy desesperada, angustiada y triste, Chucho, mi hijo mayor está desaparecido desde el viernes, Angelita yo me voy a morir que incertidumbre tan brava”. Mamá me llamó me contó el problema y yo como abogado de la Personería, aprovechando el cargo, me dediqué a buscar a Chucho por todas partes. En hospitales, centros de salud, Cuarta Brigada y nada que aparecía. Hasta que se me ocurrió ir al anfiteatro a mirar los NN que estaban en las cavas. Abrieron una de ellas llena de frio y de tedio y ahí estaba el cadáver de Chucho. Dije: “Dios mío, este es Chucho. Inmediatamente lo reconocí. Salimos para la casa de la señora yarumaleña y ella apenas vio la cara de mi mamá le arrancó la blusa y volaron botones p’a la porra y decía. “no me digas que chucho está muerto, no por Dios.

Yo intervine inmediatamente y le dije: “Sí señora, está muerto y está en un cava en el anfiteatro pálido y frio”.

Se armó la gritadera más horrible, el escándalo, los berridos, ay mataron a Chucho, ay mataron a Chucho eran los  gritos. Después de tanta algarabía, gritería y desespero un paisano que estaba ahí acompañando a la mamá de Chucho dijo: “Y cómo lo conocieron o qué y la mamá de Chucho le dijo: Gerardo lo reconoció muerto”. Y contesta el parroquiano: “Y ese cuánto hace que no lo veía”. “Pues por ahí 5 años”, le dijeron.

Me calificaron de irresponsable por dar una noticia de reconocer a una persona que no veía hace cinco años.  Empiezo yo a pensar si sería que me equivoqué. Qué tal que no sea Chucho. Asó que salimos para el anfiteatro. El paisano que metió la cucharada, la mamá de Chucho y este humilde servidor lleno de pánico. Pensé preocupado: Dios mío donde no sea Chucho, qué hago después de la que armé, me van a matar. Ellos gritaban en el taxi: “que no sea Chucho, que no sea Chucho” y yo en la parte de adelante pensaba: señor por Dios, que sí sea chucho.

Llegamos al anfiteatro, se tiraron de ese carro, entraron sin pedir permiso, desesperados diciendo: “no, Chucho no, Chucho no, no puede ser Chucho, Gerardo se equivocó, Gerardo lo confundió”. Y yo aterrorizado diciendo p’a mis adentros: “por favor que sea Chucho, que sea Chucho.

Tembloroso abrí la cava, saqué la bandeja, les mostré el cadáver inerte y empiezan a gritar: “sí es Chucho, si es Chucho, no sí es Chucho”.

Yo descansé y calladito me fui para el patio jardín que tiene el anfiteatro y empecé a gritar, medio escondido: “Chucho, Chucho, Chucho”.