
En una Semana Santa fui invitado por mi cuñada Miriam Posada y su esposo, mi amigo Ramiro Bedoya, a la ciudad de Cúcuta. Nos desplazábamos a la ceremonia del Santo Sepulcro en el municipio de Pamplona.
Era un espectáculo grandioso, sagrado, lleno de oración y fe. Pasaba la procesión por el lado nuestro y el curita del pueblo ventiando incienso. Al llegar el prelado frente a mí, le dije: padre se le está quemando el bolso. El curita no pudo ocultar su sonrisa.
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En un lejano departamento del Colombia, en la puerta de la Asamblea Departamental y mirando hacia adentro del recinto un borrachito gritaba: ineptos, malos, torcidos, mediocres, falsos, vendidos. En ese momento un policía que lo escuchó, lo cogió del brazo para llevárselo mientras le recriminaba sus groserías. Y el borrachito asustado, preguntó: ¿qué pasa, no ve que estoy llamando a lista?
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En el municipio de Cañasgordas residía un mochito, absolutamente godo alvarista. Estábamos en una inmensa concentración política todos los dignatarios alvaristas de Antioquia y dentro del público, en primera fila, se encontraba el mochito.
En medio de la reunión, Gabriel Vallejo Ospina, un renombrado y brillante abogado (QEPD), dijo en voz alta: qué vamos a hacer con Pastrana. Y el mochito se levantó, miró al público y mostrando lo poquito que le quedaba de la mano derecha, dijo: le metemos este ñoco por el culo y listo.
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Héctor Vieira, concejal de Medellín, era un ferviente defensor de las ligas deportivas. Siempre estaba atento a los acuerdos municipales que tenían relación con dichas ligas. Asistía a todos los debates. Fue elegido al Concejo de Medellín con el respaldo de esas entidades deportivas. Era tan notoria la lucha del doctor Vieira por las ligas y la sensibilidad expresada frente al caso que yo en un Concejo de Gobierno manifesté: el doctor Héctor Vieira es como las viejas, les tocan las ligas y pegan el brinco.
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Ferdinando Muñoz, buen alcalde de Montebello y amigo nuestro, fue designado director del Hospital Mental de Antioquia. Al día siguiente de su posesión se fue para la oficina en ese Centro Asistencial y trabajó durante todo el día, hasta las 10 de la noche.
Cuando salía del hospital para dirigirse a su residencia, un vigilante lo paró y le dijo: usted pa’ donde va señor. Y Ferdinando le respondió: pues pa’ la casa, no ve que soy el gerente… Y el vigilante le contestó: no señor, con ese cuentecito se me han volado tres.
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