Por Ricardo Correa Robledo
La asamblea anual de la Organización de las Naciones Unidas es el ritual más importante del año de esta entidad. La ONU es el catalizador más preponderante de las relaciones internacionales en todo el planeta y clave para la coordinación y cooperación entre naciones y bloques. Su capacidad de acción es ya otra cosa, con frecuencia es insuficiente frente a los enormes desafíos mundiales y regionales, y lo es porque no tiene suficientes y eficaces herramientas coercitivas, y porque su manera de funcionar la hace muchas veces inoperante e ineficaz.
Pero la asamblea es importante, una importancia relativa, y su núcleo son las intervenciones de la gran mayoría de presidentes del mundo. Literalmente, los mandatarios tienen su cuarto de hora para llevar un mensaje de su país al resto de naciones; exponer una perspectiva desde su situación geográfica, económica y política, y hacer algunas reflexiones sobre temas de impacto regional o mundial. Cada presidente debe encontrar el mejor tono posible y optimizar cada una de sus palabras para dar la imagen más conveniente de su país ante todas las naciones del planeta. Y aunque la intervención de un presidente no cambia situaciones, es importante.
Hace dos días el presidente Petro tuvo su turno para dirigirse a la asamblea de la ONU de este año, y continuó con la línea discursiva de 2022 y 2023, pero en esta ocasión repotenciada, subida en escala, acentuada en sus ideas básicas. La intervención del presidente dividió al mundo de manera simplista y esquemática entre una oligarquía global, que es en sus palabras el 1% de la población del mundo, y el resto de la humanidad. Entre unos pocos países y sus gobiernos, estos títeres de la oligarquía mundial, y la gran mayoría de naciones. Y el futuro del planeta obedece a un pulso de poder entre esta oligarquía explotadora, militarista, depredadora ambiental y codiciosa, y el proyecto democrático de la humanidad.
La crisis climática es causada por este 1% más rico, y el libre mercado es la maximización de la muerte. Y en su visión apocalíptica, todo depende de que los pueblos se movilicen y no le permitan a esta oligarquía llevarnos a la destrucción total debido a su codicia. Para Petro los gobiernos son incapaces de detener la extinción de la vida en la tierra y es hora de los pueblos. El mundo que ondeaba la bandera roja hace un siglo pereció, en referencia a la revolución comunista del siglo XX, y es hora de una nueva bandera de todos los colores que salve al planeta, un nuevo socialismo que tenga como estandartes el combate a la destrucción ambiental y a la brutal inequidad. Los individuos deben asociarse para tener una humanidad unida que detenga el genocidio causado por la oligarquía. Algo así como la repetición de la contradicción básica de antaño de capitalistas y proletariado. Y de ñapa dice que a Venezuela la castigan por su rebeldía.
Petro dice algunas verdades, pero el gran problema es que las mezcla con falsedades y que su retórica genera un mundo en blanco y negro que no corresponde con la realidad. Crea abstracciones que hacen que se pierda la riqueza de las particularidades de la vida humana y social, de cómo funciona este mundo. Y ya en pequeña escala igual ve a Colombia, en blanco y negro, y así no funciona la realidad.
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