
Por Oscar Domínguez G.
A los suegros ningún yerno les sirve. Siempre se imaginan que les tocará mercar para las dos casas, como le sucedió a Belisario Betancur cuando se casó con doña Rosa Elena Álvarez, yarumaleña ella.
Aprovecho la coyuntura del día del padre para evocar a don José de la Cruz Eleázar Duque Salazar, mi suegro, hijo de Odilón, quien fue alcalde de Marinilla, el Vaticano del conservatismo paisa.
Don Eleázar consideraba que celebrar día del padre o de la madre, cualquier cumpleaños, era una solemne perdedera de tiempo. Como los suegros también somos gente, en su memoria, propongo crear el día del padre-suegro…
Era tan íntegro que cuando los gamonales del pueblo le exigieron que les regalara el año a sus hijos maquetas, prefirió colgar la tiza de maestro. Se dedicó a comerciar con textiles en mulas que iban de pueblo en pueblo.
No le conocí la sonrisa. Serio, severo, practicaba a rajatabla la trinidad paisa del trabajar, trabajar y trabajar.
Nunca sacó vacaciones para evitar que se dieran cuenta de que no hacía falta. Hizo una excepción: un día empacó a su mujer, Fabiola Ochoa, de Aguadas, Caldas, y a los cuatro hijos de su segundo matrimonio, Guillermo Fabian, María de Jesús, Clara Silvia y Gloria Luz, y los que se van a conocer el mar en Juanchaco, Buenaventura. Concluido el corto recreo, cerró a perpetuidad la tienda de la diversión. La lúdica no se hizo para un hombre hecho para la fatiga. Y para respetar los códigos. Imposible pensar que un hombre como él fuera infiel.
Practicó aquello de que para ser feliz hay que tener una buena mujer y una buena exmujer. Se casó primero con Clara Correa, de la «jai» Fredonia, Antioquia, se cuya unión hubo cuatro vástagos: Mariela, Gabriel, Celina y Augusto.
Convertido en viudo o soltero cero kilómetros, repitió epístola con doña Fabiola a quien conoció en Arma, Caldas, en alguna de sus correrías.
Cero vanidades. El próspero comerciante en telas de Alhambra, en Guayaquil, en Medellín, nunca tuvo carro. Fue contemporáneo y vecino de almacén de Luis Eduardo Yepez, el fundador del LEY.
“Soy Eleázar Duque con carro y sin carro, con club o sin club”, decía. En su casa nunca faltó nada. Solo adquiría cosas finas para no tener que volver a comprar.
Godito y católico de amarrar en el dedo gordo, fue de misa y comunión diarias. Solo temía tener que “darle cuentas a Dios”.
Aculillado lo visité en su casa de Miraflores, en Medellín, para pedirle la mano y demás presas de su hija menor. No encontré el camino para presentar el escueto pliego petitorio. Cuando sus hijas asumieron que el pusilánime novio había redondeado la faena, llamaron a manteles.
”Ese señor se va burlar de nosotros”, les dijo cuando le preguntaron cómo le había ido con su yerno.
No me burlé. Con su hija ennietecemos y seguimos “persiguiendo el sol”. Informales como él, nos casamos sin fiesta. Le ahorramos ese billete. Como era incrédulo a morir, le enviamos copia de la partida de “mártirmonio”. Luego nos visitó en nuestra casa de El Bosque Izquierdo, en Bogotá, también conocido como la Colina del pecado. Cerca quedan las Torres del Parque construidas por Salmona.
Don Eléazar no tuvo que comprar mercado para dos matrimonios… (Opinión).
Pie de Foto: Mis suegros Eléazar y Fabiola.

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