29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Pensar en la violencia desde la injusticia

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez 

Leer nuestros periódicos, escuchar nuestros noticieros de t.v o las revistas de información es llegar a la conclusión de que – en la mayoría de los casos- como decía Fernando González los colombianos “morimos huérfanos de realidad” porque somos incapaces de elaborar un juicio complejo sobre las realidades complejas que vive una sociedad. Lo que vemos no va más allá de la anécdota y la política la reducimos no a una necesaria discrepancia sino a un ejercicio de odios y rencores. Aquello de que en Colombia el enemigo de una escritora(or) es otra escritora u otro escritor se extiende a todas las demás profesiones y es lo que imposibilita la conformación de una verdadera opinión pública en un momento histórico donde la ignorancia es la comprobación de nuestra incapacidad para aceptar el derecho de los otros a pensar de manera diferente. “Sólo hay, dice Theodoro Adorno el gran pensador alemán, una expresión de la verdad: el pensamiento que niega la injusticia”. Cuando comencé a estudiar Derecho en las horas libres me marchaba a los Juzgados en el Palacio Nacional a ver distintos juicios hasta que algo me escandalizó para siempre: si el abogado defensor era dueño de una histriónica retórica capaz de convencer al jurado mediante una hábil escenificación del caso, su cliente por culpable que fuera siempre era declarado libre pues lo que importaba para aquellos jurados no era la verdad sino la grandilocuencia delirante del defensor. Esta grandilocuencia, estas escenificaciones hoy se han travestido en las componendas que en las cloacas de juzgados y magistraturas fraguan los nuevos poderes oscuros  haciendo que la justicia se localice para, de este modo, hacernos olvidar los alcances de lo consagrado ya por la justicia universal: lo que es el terrorismo, lo que debe ser la responsabilidad personal en cualquier delito  donde ya no cabe la disculpa de que “yo recibía órdenes”, de que “reclutar niños estaba  permitido bajo las normas “revolucionarias”. 

“El individuo ha de ser condenado por lo que ha hecho, no por lo que es o por lo que encarna: he ahí- recuerda Todorov- otro principio fundamental del derecho al que no debemos renunciar en modo alguno” Sobre Fedor Rey y Pizarro Leóngómez  directos responsables de ese escándalo universal que fue la matanza de Tacueyó, remedo abominable de los juicios del estalinismo, escribí y denuncié  en el suplemento cultural de “El Tiempo” cuando lo dirigía Enrique Santos Calderón: ahorcaron, enterraron vivos, les sacaron el feto a las embarazadas  y los declararon “fetos contra-revolucionarios”, los colgaron a niños indígenas, a muchos les  sacaron el corazón, mujeres analfabetas que tuvieron que aceptar su culpa mediante estas indescriptibles torturas que ya el terror estalinista había instituido como lo recuerda Milosz: para no seguir sufriendo aceptaban las “culpas”  que estos comandantes  paranoicos  les imputaban. Como ya lo registra Wikipedia fueron 165 las víctimas de esta orgía de sangre. ¿Cuántas veces estos “juicios revolucionarios” se hicieron por parte del Secretariado?  ¿O sea, las FARC ajustició a Fiodor y a Pizarrogómez bajo su estatuto revolucionario o bajo los principios de la justicia universal para que vengan ahora a adjudicarse su muerte? Braulio Herrera presidió el Comité Nacional de Derechos Humanos nombrado por el entonces Presidente Betancourt y este “hombre culto” ejecutó a 33 de sus milicianos a martillo para no “gastar balas” por “actos contra-revolucionarios” como robar una panela o tomarse unos aguardientes o quedarse dormidos cuando estaban de guardia. Lo que quiero señalar es que en la justicia universal la tipificación de estos delitos es clara cuando  en Colombia se los  sigue manteniendo como anécdotas del “Conflicto Armado” olvidando  que en la Corte de la Haya se los ha venido juzgando con el rigor necesario, caso de la guerra de los Balcanes, ya que  a los criminales de guerra hay que condenarlos como tales y no como Enrique Santiago lo impuso en el caso de nuestro Acuerdo de Paz donde estas atrocidades no se tienen en cuenta e implícitamente son perdonadas a nombre “de la Paz”.