25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Películas de horror

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Por Carlos Gustavo Álvarez

El presidente de los Estados Unidos protagonizó hace pocos días una escena de película. Donald Trump subió con pasos firmes los “Rocky Steps”, gradas frontales del Museo de Arte de Filadelfia. Al llegar al rellano, triunfal, mientras la banda sonora “Gonna Fly Now” estallaba con sus notas de victoria en la Casa Blanca, removió insolente de su rostro el tapabocas, anunciando su desprecio al contagio.

Millones de personas vieron ese trasunto de la saga de “Rocky”, que al arrogante mandatario le salió por la culata. Y que demuestra cómo el discurso político, y las acciones de gobierno en algunos países, han roto la escuálida frontera que separaba la realidad de la fantasía, convirtiendo el ejercicio del poder, del que dependen la suerte y la vida de millones de personas, en un juego de azar.

Ha sido un proceso que no se hubiera notado ni puesto en una evidencia tan fatídica, si el mundo no hubiera cambiado como lo hizo gracias a la vida digital, las redes sociales y el vórtice incontenible de la comunicación en el que millones de personas generan a cada instante su propia verdad, su realidad particular.

Es un caso histórico de estupefacción la forma cómo el que era uno de los países más ricos y de mejores perspectivas del mundo se arruinó hasta la desventura en una década. Venezuela es hoy una nación precaria, inviable, con una población agobiada y sus recursos escanciados (la realidad), aunque el dictadorzuelo y sus rapaces repitan en sus agobiantes peroratas que eso es culpa de otros y que su naufragio es un oasis redentor.

Quien pensara que eso era imposible de replicar, hoy tiene servido en bandeja el pesaroso camino que está siguiendo Argentina, a la que la pandemia y su inadecuado manejo le han multiplicado la calamitosa situación en que la han sumido sus recientes mandatarios. Pobreza galopante, el desbocado crepitar de la máquina que imprime devaluados billetes y una volcánica situación social que está impulsando, a quienes pueden, a buscar vida más allá de las fronteras. Y, mientras tanto, su presidente Alberto Fernández en llave con la funesta Cristina Kirchner se pasean ondeando la bandera de un fastuoso parnaso.

Dramas similares se están viviendo en la España de la parejita Sánchez – Iglesias y en el México fantástico de López Obrador. Y todos los anteriores, y tal vez otras naciones y capitales que hoy hacen la fila, aún sin saberlo, tienen gobernantes que cumplen varias condiciones.

Están dispuestos a lo que sea para mantener el poder. A mentir, a usurpar, a crear alianzas perniciosas, a manipular cifras, a gastarse la plata pública, a hipotecar la patria. A inventar su realidad, aunque otra, paralela, los contradiga y devaste. Enuncian la versión que más les conviene, cambian sus palabras como un traje de artificio, hoy son esto y también, mañana, otra cosa. Ah, y la culpa de todas sus falencias… la tiene otro. Continúan filmando… Aunque estas películas no deberían seguir en cartelera.