18 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Parábola del administrador

Claudia Posada

Por Claudia Posada

Era un hombre joven con ambiciones de poder en el país de los conflictos. Se decía que su inmadurez para gobernar -apenas se trataba de un príncipe muy simpático- podría acarrearle a él, y por consiguiente al pueblo, grandes problemas de no permitírsele su propia idea de gobernabilidad, bien orientada. Se rumoraba a la vez, que sus habilidades conciliadoras, su buen carácter, las experiencias que observó en otros reinos (inclusive más pobres que el suyo) ofrecían suficiente solvencia para asumir el mandato que, finalmente, medio pueblo le entregó confiado.  

El primer año fue de acomodo. Ver, oír y… hablar bonito. Se rodeó, preferiblemente, de amigos personales; aunque por igual, aceptó de buena gana algunos ayudantes que le fueron impuestos. Convoyes con sus séquitos son menester en todo principado; máxime, tratándose de gobernar el país de las violencias. ¡Él tiene corazón grande! gritaba el pueblo a su paso, mientras otros, los bribones malandrines escribían ¡El rey es otro! ¡La mano dura está en cuerpo ajeno y la verdadera se pasa de dura! El pueblo se agitaba, pero de alguna manera era aquietado. 

Cuando menos se pensó, una peste cayó inmisericorde para doblegar el planeta. El mundo fue azotado por un bicho que puso de cabezas a países ricos y pobres; la improvisación volaba de norte a sur, de oriente a occidente; y entonces, ahí sí, se acordaron de los científicos y de sus investigaciones, menos en el país de los corruptos: En éste, ellos meten las manos en cuanto ven posibilidad de “ganancias ocasionales”, si no las visualizan, simulan que el asunto no es con ellos. ¡Y efectivamente! Sus roles apenas sí dan para conveniencias individuales. 

¡Pobres mandatarios! El mundo se les vino encima, abruptamente, y las presiones aumentaron. En el país de la pobreza y la desigualdad, el príncipe de la “cheveridad” se fue transformando: No, no en sapo verde (De hecho, no se trata de un príncipe azul, es variopinto con marcados tonos encendidos por debajo), los sapitos verdes son los que salen por montones cuando se respeta la Naturaleza, pero el nuevo mundo apenas sí está empezando a entender que la peste azota, justamente, en complicidad con el maltrato al medio ambiente.   

En el país de las carencias absolutas para muchos, y los ingentes esfuerzos de la mayoría que quiere salir adelante con honestidad y preparación académica, se despejó lo tan sabido por algunos de años atrás; lo asombroso, lo de parábola, fue lo expuesto en marchas con una gran mayoría de jóvenes protegidos desde la Primera Línea. ¿Pero acaso no saben que en el país de los mamertos las buenas oportunidades son para la gente bien? Ellos son unos pocos privilegiados que lo merecen todo; y ahí está, en esa oscura realidad se desnudó la verdad: Tenemos un magnifico Administrador.  

No hay tal príncipe, no hay tal hombre sensible y chévere, simplemente está al mando, el poseedor de las condiciones necesarias en un excelente administrador. Lo que el pueblo, desorientado pero devoto, no analizó, pues no era necesario porque el emperador señaló a su príncipe, y éste se deshizo como los hechizos; pero no nos asustemos, intactas siguen las características: Lealtad, obediencia, conocer los gustos y preferencias del soberbio soberano; saberlo interpretar sin necesidad de que él esté frecuentemente repitiendo lo que quiere y espera del administrador en sus dominios. 

Pero de pronto… el pueblo se sublevó. Rápidamente el Administrador fue rodeado por serviles, pajes, lacayos; en fin, había que demostrar cómo se administra ¡Nada de contemplaciones! “El que manda, manda, aunque mande mal”. ¡Acéptenlo! dijo una voz entre tantas que se están ensayando para administrar próximamente el país de las oportunidades: Todo, absolutamente todo lo bueno que haya para dar ¡Qué sea para los mismos! Y con el manejo acertado de hoy ya que es conducido fielmente, según las exigencias del poderoso emporio que genera riqueza para los que pactan y aman de manera incondicional; aunque esta vez habrá valor agregado: ¡Más dura la mano!  

Los demás, los de otras líneas, son fracasados que odian, son aquellos que no quieren cubrir con flores el camino empantanado de sus peripecias;  los de bien, en cambio, saben tapar con añagazas,  argucias y señuelos, sus insolentes desplantes, y crueles posturas.