18 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Para los fanáticos “la culpa es de la vaca”

Claudia Posada

Por Claudia Posada 

En estos días de tanta incertidumbre, a buena parte de los colombianos del común – deseosos de encontrar alguna explicación a los sucesos, uno tras otro, que hicieron evidente múltiples descontentos y enfados expresados de distintas maneras, y por sobre todo reacciones muy diversas ante los hechos-   nos preocupa este atolladero. Cargados de pesadumbre, sentimientos de angustia y con muchas preguntas sin resolver merodeando por nuestras mentes,  a un grueso porcentaje de la población se nos ha dado por pensar, o mejor, reforzar la convicción de que a los que vamos por la paz, la concertación de intereses y la resolución pacífica de conflictos, no se nos está dando definitivamente cabida en Colombia. Parece que aquí, los mensajes con acogida, son los de odio. 

Ante semejante conclusión, nos dimos a la tarea de averiguar, desde la psicología social o de masas, qué podría estar pasando. Acudimos a psicólogos especializados que nos orientaran, pero que de manera particular nos dijeran si era normal tanta incertidumbre: ¡Y qué alivio! Algunos grados de incertidumbre son ventajas, como lo es, por ejemplo, niveles de estrés que facilitan el estado de alerta; este desasosiego nos pone a reflexionar, nos hace pensar y eso es bueno. Entonces, como una de las inquietudes persistentes es el porqué del fanatismo que percibimos y nos conduce a creer que en cada extremo de las posturas ideológicas hay algún grado de resistencia (o mucho afán de venganza que nos produce incertidumbre) nos remitieron, en ese sentido, al concepto del psicólogo clínico Enrique Echeburúa, español de reconocimiento internacional, autor de libros como Personalidades Violentas, Abuso de Internet, Violencia y Trastornos Mentales, entre otros. Buscamos lo que nos inquieta y aquí lo transmitimos según Enrique Echeburúa. Apartes bastante interesantes. 

“El fanatismo es una actitud caracterizada por una adhesión intolerante a unos ideales (políticos, étnicos o religiosos) que pueden llevar en algunos casos a conductas destructivas. En las personas fanáticas hay una amalgama de componentes afectivos (la exaltación emocional), cognitivos (el valor absoluto de las creencias) y comportamentales (las conductas impositivas contra quienes piensan distinto). El predominio de la convicción emocional sobre la coherencia racional (pensamiento mágico) –las ideas son discutibles; las creencias, no- lleva a la ofuscación de la conciencia. Los fanáticos, que creen estar en posesión de la verdad, cargan su pensamiento de odio para compensar su falta de racionalidad. El fanatismo supone un ahorro de energía psicológica porque no requiere de ningún trabajo intelectual (no se ponen en cuestión las ideas), elimina la incertidumbre, ofrece seguridad y proporciona el apoyo emocional del grupo”. ¿Es decir: ¿Su líder es perfecto, incomparable, fuera de él no hay salvación? Esa seguridad, “elimina la incertidumbre” en los fanáticos. 

Los fanáticos son personas rígidas con ideas sobrevaloradas y con estilos de pensamiento tendentes a reducir informaciones complejas a elementos simples: adhesión inquebrantable a una idea, intolerancia al cambio y visión unilateral de la realidad. Esto constituye la base del dogmatismo en cuanto ideología cerrada y con creencias invariables. También son personas elementales intelectualmente, con un pensamiento dicotómico a nivel cognitivo (las ideas o las personas son buenas o malas), a nivel emocional (empatía solo con el endogrupo) y a nivel moral (valores compartidos sólo con el endogrupo). Así, son personas incapaces de trascender su sistema de valores o creencias, que hipervaloran lo propio y desprecian lo ajeno”. ¿Endogrupo? ¿Significa acaso que pertenecen a un cenáculo con el que se identifican entre ellos, es de su exclusividad, manejan el mismo lenguaje, perciben inclusive las mismas amenazas?  

Las actitudes fanáticas se aplican especialmente a la religión y a la política. En el ámbito religioso el fanático quiere creer a toda costa algo increíble. Uno no es fanático ante lo evidente, sino a lo que escapa a la racionalidad. Por ello, hay personas inteligentes y racionales en diversas facetas de su vida, pero que, en cambio, pueden ser fanáticas en otras, como en la religión o en la política, que calman sus ansiedades personales”. Sí, claro, lo hemos visto de esa manera. 

Con respecto a quienes no pertenecen a su misma forma de definir un entorno que nos es común como habitantes de un mismo país, sobre los fanáticos Enrique Echeburúa dice además: “…se sienten víctimas de una agresión exterior, la única solución puede ser la acción directa y violenta. En estos casos el adversario se convierte en enemigo y se le niega su propia naturaleza como sujeto portador de derechos. De este modo el fanático pasa de la indiferencia al desprecio y del desprecio al odio (Baca, 2003).
Los fanáticos precisan la presencia de un enemigo externo, al que atribuyen todas sus frustraciones, como factor fundamental para conformar una identidad propia y generar una cohesión grupal. Ese es el caldo de cultivo en el que germinan las semillas del odio, que pueden conducir a la venganza y a la violencia”.
  

Y hablando de violencia: “…En resumen, entre los componentes de la violencia figuran el odio, el fanatismo, la glorificación de la violencia y la mentalidad sectaria (Lázaro, 2013). 

A efectos de protegerse de los sentimientos de culpa y de conseguir una inmunidad emocional, los fanáticos distorsionan la realidad, atribuyen sus frustraciones a los demás, deshumanizan a las víctimas, considerándolas como un mero obstáculo que se interpone en la consecución de sus ideales, y legitiman con ello su conducta destructiva, a modo de imperativo moral. 

 Y agrega: “El fanático encuentra en el grupo y su mente colectiva un elemento de primer orden para no asumir culpa alguna. El grupo llega incluso a dotar de significado existencial a sus miembros. Formar parte de un movimiento extremista tiene recompensas, como sentir emoción y aventura, sentimiento de camaradería y un alto sentido de la identidad”. 

Echeburúa continúa así. “Sin embargo, el fanatismo conlleva unos terribles «efectos secundarios»: limita la libertad, empobrece el psiquismo, incomunica, limita la autocrítica y el afán de superación, reduce la riqueza de matices de la vida y en muchos casos desemboca en la negación de la dignidad humana de los otros”

Aquí recordamos el libro La culpa es de la Vaca, en el que como moraleja se descubre que no se reconocen verdades, se echa la culpa al otro; desde este cuento, los analistas referencian la situación de hace años, cuando la mala calidad de los productos de cuero colombiano, en ese entonces,  no eran bien recibidos en el exterior, particularmente en EEUU;  Argentina nos ganaba en ventas (asunto superado hace rato y con creces) nuestros cueros, con defectos por descuido en alguna parte del proceso de cría hasta la confección,  eran achacados a la vaca. (El enemigo externo). 

“A nivel preventivo, el sistema educativo y familiar debería inculcar en los jóvenes los siguientes valores:
1. La vida humana es el máximo valor a salvaguardar, y esta no puede ser sacrificada ni violentada por ninguna idea ni proyecto político.
2. Vivimos en un sistema democrático, aun con sus imperfecciones, que hay que defender porque protege las vidas y libertades de sus ciudadanos.
3. No todos los proyectos políticos son igualmente legítimos y éticos. Se deben rechazar aquellos que violen los derechos humanos.
4. Todos los ciudadanos, independientemente de sus ideas políticas, su religión o su raza, son igualmente seres humanos y tienen los mismos derechos y deberes”. 

En Colombia las “vacas” tienen nombre propio. Y ni modo creer que echándole la culpa a la del contrario, vamos a salir del corral de problemas en el que nos metieron.