28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Papás en pocas palabras

Por Oscar Domínguez (foto)
Adán: en graciosa reciprocidad divina por haber sido el primer papá, nunca tuvo suegra. En cambio, tampoco tuvo novia, sino mujer de una  vez. Lo que no deja de ser un inconveniente porque de ciertos matrimonios lo único rescatable es el noviazgo. Pero como el hombre mata lo que más ama, las parejas terminan casándose. Adán fue el Luis XIV de Eva. “El amor soy yo”, le dijo, y hoy día somos más de siete mil millones de personas. Compartían todo, hasta una puesta de sol. O la caída de la hoja (de parra) que le despertó el erotismo a papá Adán. En reciprocidad por haberlo convertido en primer papá, Adán le regaló este bello epitafio a Eva, según Mark Twain: “Donde quiera que ella estuviera, allí estaba el Edén”.

        Homero Simpson: En lugar de ser el papá de sus hijos Bart, Lisa y Maggie, Homero parece el hijo de sus propios hijos. En la historieta, los padres parecen clonados de sus ruidosos muchachos. Los Simpson cambian el principio de autoridad por un partido de bolos. Homero es un lapsus en su propia casa. Podría no existir. Es más importante el pasajero de cualquier bus de Springfield que el pobre hombre. Desacreditó el oficio de padre. Homero es él y su voz (por lo menos la que lo dobla al español). Para un “lector” en español, no se concibe Homero sin su vozarrón y sin sus quejumbres. Se le reconoce que le haya dado estatus al llanto. Él y su esposa tienen cara, caminado y hablado de quienes jamás han hecho el amor. Tuvieron sus hijos por sospecha. O por correspondencia: La que se cruzaban de novios. El día del padre Homero maneja el control a distancia del televisor cinco segundos seguidos. Después vuelve a la clandestinidad.

Declaración de Vilma Picapiedra y Betty Mármol, esposas de Pedro y Pablo:

Como padres son unos perfectos inútiles. O sea, que en esto no son nada originales, son copia al carbón de los demás taitas. No dan nada qué hacer. Dicen en coro: En estas casas se hace lo que nosotros obedecemos. Ahí están pintados. Los nuestros son “un” matrimonio compuesto por dos hombres y dos mujeres. Algo así como un matrimonio swinger, con la diferencia de que Pedro nunca dormirá en la cama de Betty, ni Pablo en la de Vilma, ni Pedro con Pedro, ni Vilma con Vilma y así hasta darle la vuelta a la manzana. Qué par de mensos más hermosos los que tenemos por cárcel perpetua. Somos las dueñas de sus quincenas que es lo que de verdad. Nos obedecen, no nos son infieles ni con ellos mismos. No somos felices pero tenemos maridos, es decir, bobitos propios.

Tarzán de los monos: Es un papá ecológico que se niega a hacer el tránsito del bejuco al avión. O siquiera al transmilenio o metro. Es un privilegiado que a toda hora respira aire sin usar. Se tutea con los  pájaros, como el hijo autista de un  nobel japonés de Literatura, Kensaburo Oe. No conoce la ciudad pero tampoco piensa volver a ella. Sus hijos podrían ser ministros del Medio Ambiente. Bueno, de lo queda.

Don Abundio: Si el voyerismo embarazara, sería de esos padres modelo que quieren tanto a sus hijos que a cada uno le tienen mamá distinta. Don Abundio se dedicó a ver pasar muchachas con el mismo deleite que los filósofos ven pasar entierros ajenos.

Olafo El Amargado: Nunca será carne de los A.A. (Alcohólicos  Anónimos). El sueco Olafo no se casó con, sino contra Helga. Toda la quincena se le va en trago, lo que no tiene nada de original, como el famoso pecado ídem. Lo raro es que nunca se ha sabido un carajo sobre la educación sexual que le dieron a su hija Astrid. Y que esto suceda entre suecos es extraño. Bebe cerveza con tanto deleite que su historieta cómica debería tener esta leyenda: el alcohol y Olafo NO  son perjudiciales para la salud.

Pancho, el marido de Ramona: Como don Fulgencio, nunca tuvo infancia. Pancho y Ramona no se casaron: se fueron a vivir con sus propias monotonías. Pancho recibió la mujer por cárcel. Su mujer también. Si a Pancho nunca le alcanzó para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad. Forman la típica pareja que se casa para no caerse de la cama.

           Lorenzo Parachoques, esposo de Pepita: Siempre serán felices aunque nunca sabrán el porqué. Parachoques es de aquellos fulanos que no consiguen mujer, sino al contrario. En matrimonios como éste la mujer saca al marido del anonimato. Como en el caso de María y José, padre de Jesús, Parachoques es de esos maridos que nunca tendrán plata, ni estrés, ni úlcera, ni nada. Si fuera por él se quedaría vivo toda la vida.

Eneas Flores de Apodaca, simplemente Eneas: Es el prototipo de esos mariditos oprimidos que no salen de debajo de la cama porque en esta casa mando yo. Eneas es de esos que no nació, sino que lo fundaron. Es sospechoso de todo un hombre que conoció el mar, no en compañía de su esposa, sino de Benitín, su íntimo amigo. Cuando vio el mar por primera vez, a Eneas sólo se le ocurrió decir: “Y eso que no se ve sino el agua de encima, compadre”.                            

        Supermán: Le faltó criptonita sexual para hacer mamá a su novia, la reportera Luisa Lane quien jamás dio una chiva. Con Supermán nació aquello de que si se maneja bien, la mujer tendrá novio para toda la vida. Mister Clark Kent, su nombre de pila, es el típico macho que prefiere trabajar a hacer el amor. Si los ejecutivos de la era de internet siempre andan en junta, Supermán se la pasa desfaciendo entuertos, cual Quijote volador. La pareja se quedó soltera porque el hombre de acero, una mezcla de Jekill y Mr. Hyde, nunca habría soportado que Luisa hiciera el amor con su parte perversa. Es la ética de las tiras cómicas.

El Fantasma (por duende que camina): Es el precursor de los maridos que ayudan a tender la cama, lavan los platos, aspiran, traen la leche, votan, sacan el perro a hacer pipí a la selva profunda, recogen la caca,  cambian de hojas (=pañales). Nunca aparecería en una lista de los que se beben a un traqueto.

Don Quijote de la Mancha: Habría sido el mejor abuelo del mundo si hubiera recuperado la razón de su sinrazón. No sé cómo le habría ido como marido de la sin par Dulcinea del Toboso, su dulce enemiga, destinataria de la más bella carta de amor que nunca llegó a su destino. El cartero – Sancho- nunca llamó ni una sola vez. Claro que a la primera canita de amor al aire con su amada, este “invicto vencedor, jamás vencido” habría quedado liquidado.