
@eljodario
Hace mucho tiempo en Colombia un libro no generaba tanta recepción como lo está generando la nueva narración de Álvarez Gardeazabal
Por Edgard Collazos Córdoba
Siglos y siglos de escritura narrativa no han pasado en vano para incidir en la creación y escritura de una novela o de cualquier obra narrativa.
Desde aquel lejano día, perdido ya en la neblina del tiempo y el olvido, cuando el inspirado escritor decidió iniciar su obra, diciendo –, canta oh musa la furia del Pelida Aquiles –, hasta nuestros días, los elementos constituyentes y necesarios para logar la buena factura de una obra literaria aumentan, no por capricho de los creadores, no, lo inverosímil es que tienen vida y son solicitados por la misma historia que se está escribiendo, en busca de lograr un indisoluble vínculo con el lector.
Borges los llamaba “artificios” y consideraba que indistintamente se desprendían de la trama. Artificios o recursos, pareciera que son ineludibles, pues los encontramos aplicados en las grandes obras de la literatura; en Balzac son diáfanos; en Thomas Mann forman parte del mismo tema que se narra; en Dostoievski son el recurso de tensión que busca atarnos a las escenas y en Hemingway, yacen ocultos intentando a veces trampear al lector.
Sospecho que vanamente ningún escritor se escapa a estas solicitas aplicaciones que, sin riesgo a equivocarme, casi se han convertido en una superstición del arte de escribir, alimentada por esos apóstoles llamados hoy novelistas.
En la mayoría de los casos, se corre el riesgo de aplicarlas como leyes inevitables, pero, el buen escritor sabe que en el arte de la novela no existen leyes porque aquello que es bueno para una novela puede ser desastroso para otra y entonces comprende que esos recursos no solamente derivan de la trama, como afirmó Borges, por el contrario, acepta que están atados al tono, al ritmo y a la voz del novelista.
En el último libro del escritor Gustavo Álvarez Gardeazabal, donde pone toda la carne en el bracero y cuyo título parece anunciarnos la continuidad de una saga de historias interminables salida de una región que su talento literario ha convertido en mítica, pues desde su primera novela titulada La boba y el Buda, destacada en 1972 con el premio Ciudad de Salamanca, cuando apenas había cumplido veintidós años, el tono de su narrador y el ritmo de las parrafadas acostumbraron a sus lectores a pensar que la realidad de Tuluá es a veces delirante y más fantástica que la lograda por la fantasía.
Como la narración de El papagayo tocaba violín es autobiográfica –, nos lo anuncia el primer capítulo titulado – YO –, al lector le es licito empezar a imaginar que a través de las páginas empezarán a aparecer los personajes de esa descomunal historia casi constituida en leyenda, y entonces, al lector no le queda más que amarrarse el cinturón e iniciar el viaje, donde placenteramente escucha la voz de la primera persona, que no es otra que la del mismo Gustavo, con sus dichos, sus recalcitrantes frases, su respiración valluna, su terrible humor, su inteligencia sin censura, sus frases a veces sincopadas o sentencias intempestivas y su inevitable maldad con la que nos atrapa y obliga a seguir leyendo, y como tiene la ventaja de ser el dueño de la madeja entera que constituye la narración de los hilos narrativos, conformada por historias e historias que se entrecruzan unas con o tras, de como dije, esa saga familiar de personajes a veces itinerantes, se vio en la actividad de desmadejar, de desenredar aquello que en más de cien años la vida y el tiempo habían enredado, y se encontró con el problema de tomar la decisión de cómo organizar esa vasta información que años y años de historia patria le tiraba a sus pies como diciendo –ahí está el reto – el reto de todo novelista: la creación de la estructura.
Y jalando de uno de los cientos de hilos narrativos, empezó como Penélope, a destejer el pasado y a tejer un presente literario, (desenrollando y enrollando el ovillo para poder tejer), alejándose esta vez de la influencia de Proust, de Thomas Mann, del Vargas Llosa, prolijo en ardides de las estructuras, y decide obrar como obró la vida en la constitución de su familia y esa es la nueva estructura, semejarse al azar, pero acomodando las historia como acomoda las fichas un experto prestidigitador.
Poco le importó saber que los recursos se desprendían de la trama, tenía la certeza de que en este caso se desprenden de la vida y por eso, antes de empezar a obrar como la vida misma, tuvo que hacer verosímil ante el lector que él posee el recuerdo de todas las vicisitudes que le permiten la creación de ese extenso legado, y entonces, este experto contador de cuentos, no pierde tiempo y en la primera página se despacha diciéndonos que fue premiado con el don del recuerdo — Es el fruto del don infinito para recordar que tuve desde cuando nací, y con la edad me fue creciendo desproporcionadamente, usando la misma potencia conque he hundido la tecla del computador de mi memoria, borrando todos los malos momentos que he pasado.– y así da paso al torrente de historias e inicia el recuento de los personajes, sus inverosímiles historias de vida, sus aciertos, desatinos, hilvanado personajes; hay monjas, curas, alcaldes enanas, gigantes, sexo, envidias, amores correspondidos, matrimonios infelices, ultrajes, ahorcados en legendarios árboles de mango, miedo, temor, arrojo, hambre, riquezas, perros enormes y chihuahuas bullosos, viudas, belleza, fealdad y los papagayos de las abuelas que le pronosticaron que no aprendería a tocar violón.
Uno de los aciertos del libro lo constituye la posible certeza de que de cada capítulo se puede desprender una nueva novela, como en el caso del inmejorable número once, escrito con la destreza del novelista que ha sido, donde se narra la apasionada historia de Raquel y Matilde, para mí el más bello por lo que tiene de poético y humano. Lo dejo a consideración de los lectores.
Para finalizar, basta repetir, que de los recursos, o artificios empleados por Gustavo Álvarez Gardeazabal en este libro, el acierto más admirable está en la destreza de una nueva estructura; o en la manera como acomodó todo ese extenso fresco nominal de sus antepasados, en su percepción de fino escritor que le dictó el camino, en la seguridad con la que desobedeció a sus maestros clásicos e imitó a esa maestra que es la vida; la voz de la realidad que nunca lo ha traicionado; la historia de un país que él ha sabido interpretar, traduciendo en el sagrado arte continuado de destejer aquello que el tiempo y la vida fueron enredando.
PUBLICADO EN REVISTA LA PALABRA, Univalle, edición de octubre 2025
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