
Por Oscar Domínguez G.
A los 90 años y monedas nos dijo adiós el tío Francisco. Fue uno de los diez hijos santabarbareños de Carlos Domínguez Vallejo, de El Retiro, y Amalia Calle Botero, de Jericó. De esa culecada de tíos que nos ayudaron a crecer, nos dieron el pescado y nos enseñaron a pescar, solo nos acompaña Gabriela.
Nuestras condolencias para Norita Zapata, su esposa vallecaucana, y sus hijos, Luz Marina, Cecilia, Gloria, Gustavo Adolfo y Mario.
La velación será mañana en Campos de Paz entre las 6 de la mañana y las dos de la tarde. A esa hora será la misa.
El tío Pacho era uno de los historiadores de la familia por el lado materno. Nos lo cuenta en el siguiente texto que compartimos. No se aburrirán leyendo su prosa llena de ricos matices con la que recrea la vida en una familia campesina entre los años cuarenta y cincuenta. Que no falte el humor.
Descanse en paz Francisco quien primero se casó con Norita y luego se volvieron novios para todas sus vidas.
En la foto, a partir de la izquierda, Gabriela, Luis, Débora y Pacho, el Mono, como le decíamos.
RECUERDOS DE MIS PADRES
Francisco Domínguez Calle
Cuando yo estaba muy pequeño, creo que por los 3 o 4 años de edad, mi abuelito Titico, padre de mi papá, tenía una herida en una espinilla de la pierna derecha que había que estar lavándola todos los días con agua caliente en la que se habían cocido unas hojas de una matica que se llamaba amorseco y que crece en la manga como maleza. Digo lo de mi edad porque les parecía mucha gracia que yo fuera capaz de distinguir las hojitas y me sentía muy orgulloso de poder llevarlas para aliviar a papá Titico como le decíamos.
Mi abuelita paterna se llamaba Hortensia Vallejo y le decíamos Mamá Tensita. Ese par ese abuelos eran adorados y nos consentían mucho. Él era un mono muy lindo y mi abuelita ni se diga. Lástima que no recuerdo muy bien la muerte de mi abuelo paterno, pero la de mi abuela sí la recuerdo mucho, porque un día antes de ella morir, estuve visitándola y me decía que veía un poco de ovejitas que iban con un pastorcito muy lindo y se ponía a llorar. Yo me fui muy triste para mi casa y les conté a mis papás lo que ella me había dicho y ellos me dijeron que era porque ya se iba a morir y preciso que al otro día se murió. Yo tendría como unos 6 añitos, o sea que mi abuelo debió morir como por el año de 1935 y mi abuela como en 1937. Tengo muchos buenos recuerdos de ellos.
Mi papá se preocupaba mucho por sus hijos y fue por allá como en 1934 cuando nos puso a Gabriel mi hermano y a mí una profesora para que nos enseñara a leer y escribir. Papá Titico nos ayudaba con las tareas que nuestra profesora Aurita Martínez nos ponía y Mamá Tensita también. Así que cuando fuimos a la escuela ya sabíamos muchas cositas.
Siempre conocí a mi papá como un hombre de negocios que viajaba al Valle del Cauca a traer panela, arroz, fríjoles y otros productos comestibles que se vendían a mejor precio en Medellín, en donde tenía algunas personas de confianza que se encargaban de venderlos porque tenían sus negocios establecidos y eran muy conocidos en el mercado.
El trato que mi papá le daba a mi mamá era “la niña” y era siempre muy cariñoso con ella lo mismo que ella con él que le decía “mi negro”.
Mis tías Ubita, Laura (la Motica), Quiquita, Lucila (que era la menor) y la Negrita -que no recuerdo su nombre porque la llamaban siempre así- iban mucho a mi casa y siempre se llamaban entre ellas como “mi hermosa” y así mismo llamaban a mi mamá.
Mi tía Ubita fumaba mucho tabaco y ella misma los hacía para ella y para mi mamá que también fumaba, porque mi papá fumaba cigarrillo marca Victoria que era más barato que el Pielroja pero más caro que el Dandy o el 114. Mi papá decía que el mejor cigarrillo era el Victoria y nadie le hacía fumar de otro.
Recuerdo cuando mi papá compró una finca que se llamaba El Porvenir que le valió $2.100 y era un platal en aquella época, por allá como en 1939. Él tenía otra finca que se llamaba Borrachero, en donde vivió mi tío Yeyito, hermano de mi mamá, casado con una hermana de mi papá que se llamaba la Monita. En aquella finca se me mató una novillona que me había regalado mi padrino y tío Juanchito -hermano de mi mamá- cuando apenas era una ternera, pero que cuando estaba para tener su primera cría se rodó y se mató, y me tocó un pedazo de carne que me comí, que fue lo único que me quedó de recuerdo, porque mi papá la hizo pelar para repartirle a la gente pobre de la región.
Mi mamá sufría de asma y el médico que era el Dr. Humberto Blair le dijo a mi papá que debían irse a vivir a tierra caliente y fue entonces cuando compró una finca en la vereda Loma Larga, de allá de Santa Bárbara. La casa era muy grande, de dos pisos y en el primer piso tenía unos camillones que servían para secar el café que allí se producía. El agua para el gasto de la casa había que llevarla cargada como a más de un kilómetro de distancia y debíamos traerla mi hermano Gabriel y yo todas las mañanas.
Por el frente de la casa pasaba un camino real (como le decían antes) y había una puerta de golpe de otra finca que colindaba con la de nosotros y que era del señor Justo Patiño, en donde decía la gente que a las 12 de la noche aparecía un soldado recostado en un palo de mango al lado de la puerta, que según creencias de la gente, indicaría que había un entierro.
Una noche que estaban en la casa mis primos Eduardo Calle y su hermano Bernardo (hoy sacerdote), convinimos en estar presentes a las 12 de la noche para ver al tal soldado ese que se aparecía, según la gente, y hasta de pronto sacarnos el entierro.
Mi hermano Gabriel, al que le gustaban esas cosas de hechicerías, cogió una escopeta que teníamos en la finca y la cargó con unos balines a los que previamente les marcó una cruz, para que el demonio no nos hiciera daño, según él.
Nos pusimos a jugar cartas para poder estar listos a las 12 de la noche.
Faltando cinco minutos salimos de la casa cada uno con un machete en la mano y Gabriel con la escopeta lista para disparar.
Siendo precisamente las 12 de la nocheescuchamos como que un ejército a caballo bajaba por ese camino y nos iba a atropellar a nosotros.
En esos momentos Bernardo (el cura) nos dijo que vio pasar muy rápido como un ternero blanco por la parte de atrás del alambrado y nosotros salimos despavoridos con semejante susto que hasta nos rompimos la ropa pasando un alambrado y hasta un machete se nos quedó. ¡Qué susto tan verraco!
En aquella finca vivimos 14 meses y luego mi papá compró la finca La Quiebra a donde nos fuimos a vivir. Esta finca queda al borde de la carretera que conduce de Santa Bárbara a Medellín, como a tres o 4 quilómetros del pueblo.
Era una casa grande a la que mi papá le agregó algunas piezas, con un sótano oscuro donde se metían los murciélagos en el día, cuando terminaban sus labores nocturnas.
Esta situación la aprovechábamos nosotros para cazar con una cauchera estos animales y los poníamos a fumar cigarrillo.
En estos mismos sótanos mi papá preparaba los fríjoles para vender en el mercado del pueblo, una vez estaban bien fumigados y listos para el consumo.
Mi papá compraba arroz en El Valle, que venía con unas pepitas negras y en el corredor de la casa ponía unas mesas largas y sobre ellas unos manteles donde muchas mujeres vecinas iban a mi casa a sacarle todas esas pepitas negras, con lo cual se ganaban un dinero que mi papá les pagaba por su trabajo y a la vez ese arroz ya limpio se llevaba a Medellín donde obtenía un mejor precio.
En mi casa querían que hubiera un sacerdote en la familia y me escogieron a mí porque tenía cara de cura y la verdad que me llamó la atención y me mandaron para el seminario de Yarumal en el año 1945, porque allí estudiaba mi primo Bernardo. Allí el trabajo era muy duro porque el seminario estaba en construcción y éramos nosotros mismos los que lo construíamos tumbando barrancas grandísimas que acababa uno cansadísimo por las tardes.
Pedí que me mandaran al seminario de Medellín, con tan buena suerte que me aceptaron fácilmente, aunque decían que era imposible que a un seminarista de Yarumal lo recibieran en Medellín.
Ya en este seminario había mucha más libertad y salíamos los jueves a caminadas hasta donde es hoy día el seminario mayor de Medellín.
En una de estas caminadas, yo vestido con sotana, alcancé a ver una niña que se llamaba Angélica Cadavid, a quien yo conocí desde muy pequeño y que yo adoraba como un loco, aunque creo que ella no lo sabía, pero yo me moría por ella. Ella me alcanzó ver y me hizo una señal con la mano derecha como queriéndome mandar un beso y entonces fue allí donde comprendí que lo mío no era el sacerdocio.
A los pocos días fui donde el rector del seminario que era el padre Alfonso Uribe Jaramillo quien más tarde fue un eminente obispo de la Iglesia, le manifesté que no era capaz de seguir porque seguramente, de ser sacerdote, no haría las cosas bien y que era mejor retirarme
El padre Alfonso me comprendió y aceptó mi renuncia
Al llegar a mi casa, mi mamá se puso a llorar y mi papá cogió una soga y me encerró en una pieza grade que tenía la casa, dando frente para la calle y me pegó una pela tan dura que mi papá quedó rendido del cansancio, mientras yo… Pues, me dolía todo.
Mi mamá lloraba mucho y me decía que lástima no haber podido tener un hijo sacerdote que era lo que más le había pedido a Dios.
Ya después trabajé como detective particular en Medellín y luego estudié mercadotecnia y algo de comercio internacional así como algunos cursos sobre seguros de vida y complementarios.
Una vez mi hermano Luis me regaló $30.00 para que fuera a Caicedonia, Valle, a visitar a mi primo Manuel Ramírez Domínguez, que era sacerdote de esa parroquia y a la vez a mi otro primo Ramón Zapata Calle, hijo de la tía Laurita hermana de mi mamá.
Allá conocí a mi esposa Nora Zapata con quien convivo felizmente. Ni siquiera éramos novios, pero una vez conversando con ella le dije que si quería casarse conmigo y ella casi se cae del susto, pero le pareció buena idea.
Bueno: lo cierto es que llevamos de casados más de 56 años y nunca nos ha faltado nada, gracias a Dios.
No sé si estos relatos tengan algo qué aportar a la historia de nuestra familia, pero de todos modos lo hago con el mayor gusto.
Abrazos del tío Pacho.
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