19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Nos dejó el tío Pacho

Por Oscar Domínguez G. 

A los 90 años y monedas nos dijo adiós el tío Francisco. Fue uno de los diez hijos santabarbareños de Carlos Domínguez Vallejo, de El Retiro, y Amalia Calle Botero, de Jericó. De esa culecada de tíos que nos ayudaron a crecer, nos dieron el pescado y nos enseñaron a pescar, solo nos acompaña Gabriela. 

Nuestras condolencias para Norita Zapata, su esposa vallecaucana, y sus hijos, Luz Marina, Cecilia, Gloria, Gustavo Adolfo y Mario. 

La velación será mañana en Campos de Paz entre las 6 de la mañana y las dos de la tarde. A esa hora será la misa. 

El tío Pacho era uno de los historiadores de la familia por el lado materno. Nos lo cuenta en el siguiente texto que compartimos. No se aburrirán leyendo su prosa llena de ricos matices con la que recrea la vida en una familia campesina entre los años cuarenta y cincuenta. Que no falte el humor. 

Descanse en paz Francisco quien primero se casó con Norita y luego se volvieron novios para todas sus vidas. 

En la foto, a partir de la izquierda, Gabriela, Luis, Débora y Pacho, el Mono, como le decíamos. 

RECUERDOS DE MIS PADRES 

Francisco Domínguez Calle 

Cuando yo estaba muy pequeño, creo que por los 3 o 4 años de edad, mi abuelito Titico, padre de mi papá, tenía una herida en una espinilla de la pierna derecha que había que estar lavándola todos los días con agua caliente en la que se habían cocido unas hojas de una matica que se llamaba amorseco y que crece en la manga como maleza. Digo lo de mi edad porque les parecía mucha gracia que yo fuera capaz de distinguir las hojitas y me sentía muy orgulloso de poder llevarlas para aliviar a papá Titico como le decíamos. 

Mi abuelita paterna se llamaba Hortensia Vallejo y le decíamos Mamá Tensita. Ese par ese abuelos eran adorados y nos consentían mucho. Él era un mono muy lindo y mi abuelita ni se diga. Lástima que no recuerdo muy bien la muerte de mi abuelo paterno, pero la de mi abuela sí la recuerdo mucho, porque un día antes de ella morir, estuve visitándola y me decía que veía un poco de ovejitas que iban con un pastorcito muy lindo y se ponía a llorar. Yo me fui muy triste para mi casa y les conté a mis papás lo que ella me había dicho y ellos me dijeron que era porque ya se iba a morir y preciso que al otro día se murió.  Yo tendría como unos 6 añitos, o sea que mi abuelo debió morir como por el año de 1935 y mi abuela como en 1937.  Tengo muchos buenos recuerdos de ellos. 

Mi papá se preocupaba mucho por sus hijos y fue por allá como en 1934 cuando nos puso a Gabriel mi hermano y a mí una profesora para que nos enseñara a leer y escribir. Papá Titico nos ayudaba con las tareas que nuestra profesora Aurita Martínez nos ponía y Mamá Tensita también. Así que cuando fuimos a la escuela ya sabíamos muchas cositas. 

Siempre conocí a mi papá como un hombre de negocios que viajaba al Valle del Cauca a traer panela, arroz, fríjoles y otros productos comestibles que se vendían a mejor precio en Medellín, en donde tenía algunas personas de confianza que se encargaban de venderlos porque tenían sus negocios establecidos y eran muy conocidos en el mercado. 

El trato que mi papá le daba a mi mamá era “la niña” y era siempre muy cariñoso con ella lo mismo que ella con él que le decía “mi negro”. 

Mis tías Ubita, Laura (la  Motica), Quiquita, Lucila (que era la menor) y la  Negrita  -que no recuerdo su nombre porque la llamaban siempre así- iban mucho a mi casa y siempre se llamaban entre ellas como “mi hermosa” y así mismo llamaban a mi mamá. 

Mi tía Ubita fumaba mucho tabaco y ella misma los hacía para ella y para mi mamá que también fumaba, porque mi papá fumaba cigarrillo marca Victoria que era más barato que el Pielroja pero más caro que el Dandy o el 114.  Mi papá decía que el mejor cigarrillo era el Victoria y nadie le hacía fumar de otro. 

Recuerdo cuando mi papá compró una finca que se llamaba El Porvenir que le valió $2.100 y era un platal en aquella época, por allá como en 1939. Él tenía otra finca que se llamaba Borrachero, en donde vivió mi tío Yeyito, hermano de mi mamá, casado con una hermana de mi papá que se llamaba la Monita.    En aquella finca se me mató una novillona que me había regalado mi padrino y tío Juanchito -hermano de mi mamá- cuando apenas era una ternera, pero que cuando estaba para tener su primera cría se rodó y se mató, y me tocó un pedazo de carne que me comí, que fue lo único que me quedó de recuerdo, porque mi papá la hizo  pelar para repartirle a la gente pobre de la región.  

Mi mamá sufría de asma y el médico que era el Dr. Humberto Blair le dijo a mi papá que debían irse a vivir a tierra caliente y fue entonces cuando compró una finca en la vereda Loma Larga, de allá de Santa Bárbara. La casa era muy grande, de dos pisos y en el primer piso tenía unos camillones que servían para secar el café que allí se producía. El agua para el  gasto  de la casa había que llevarla cargada como a más  de un kilómetro de distancia y debíamos traerla mi hermano Gabriel y yo todas las  mañanas. 

Por el frente de la casa pasaba un  camino real (como le decían antes) y había una puerta de golpe de otra finca que colindaba con la de nosotros y que era del señor Justo Patiño, en donde decía la gente que a las 12 de la noche aparecía un soldado recostado en un palo de mango al lado de la puerta, que  según creencias de la gente, indicaría que había un entierro. 

Una noche que estaban en la casa mis primos Eduardo Calle y su hermano Bernardo (hoy  sacerdote), convinimos en estar presentes a las 12 de la noche para ver al tal soldado ese que  se  aparecía, según la gente, y hasta  de pronto sacarnos el entierro. 

Mi hermano Gabriel, al que le gustaban esas cosas de hechicerías, cogió una escopeta que teníamos en  la  finca y la cargó con unos balines a los que previamente les marcó una  cruz, para que el demonio no nos hiciera daño, según  él. 

Nos pusimos a jugar cartas para poder estar listos a las 12 de la noche. 

Faltando cinco minutos salimos de la casa cada uno con un machete en la mano y Gabriel con la escopeta lista para disparar.  

Siendo precisamente las 12 de la nocheescuchamos como que un ejército a caballo bajaba por ese camino y nos iba a atropellar a nosotros. 

En esos momentos Bernardo (el cura) nos dijo que vio pasar  muy   rápido  como  un  ternero  blanco por  la  parte  de  atrás  del  alambrado   y  nosotros  salimos  despavoridos  con  semejante  susto  que  hasta  nos  rompimos  la  ropa   pasando  un  alambrado   y  hasta  un  machete  se  nos  quedó. ¡Qué susto tan verraco! 

En aquella  finca  vivimos  14  meses  y luego  mi  papá  compró  la   finca  La  Quiebra  a  donde  nos  fuimos  a  vivir.  Esta finca  queda  al  borde de  la  carretera  que  conduce  de  Santa  Bárbara  a  Medellín,  como  a   tres  o  4 quilómetros  del  pueblo.  

Era una casa grande a la que mi papá le agregó algunas piezas, con un sótano oscuro donde  se  metían  los  murciélagos   en  el  día,   cuando  terminaban  sus  labores  nocturnas. 

Esta situación la aprovechábamos nosotros para  cazar  con una  cauchera  estos  animales  y los  poníamos  a  fumar  cigarrillo. 

En estos mismos   sótanos  mi  papá  preparaba los  fríjoles para vender en  el  mercado del pueblo,  una  vez  estaban  bien  fumigados  y  listos  para  el  consumo. 

Mi papá compraba  arroz  en El  Valle, que  venía  con  unas  pepitas  negras  y en el  corredor  de  la  casa  ponía  unas  mesas  largas  y sobre  ellas  unos  manteles  donde  muchas  mujeres  vecinas iban  a   mi  casa  a sacarle  todas  esas pepitas negras, con  lo  cual  se  ganaban  un  dinero  que  mi  papá  les  pagaba  por su  trabajo y a la vez ese  arroz ya  limpio  se  llevaba  a  Medellín  donde  obtenía  un  mejor  precio. 

En mi casa  querían que hubiera un sacerdote en la  familia y me  escogieron  a  mí  porque  tenía  cara  de cura y  la  verdad que me llamó la atención y me mandaron para el seminario de Yarumal en el año 1945, porque allí estudiaba mi primo Bernardo. Allí el trabajo era muy duro porque el seminario estaba en construcción y éramos nosotros mismos los que lo construíamos  tumbando barrancas  grandísimas  que  acababa  uno  cansadísimo  por  las  tardes. 

Pedí que  me  mandaran  al  seminario  de  Medellín,  con  tan  buena  suerte  que  me  aceptaron  fácilmente,  aunque  decían  que  era  imposible  que a un seminarista  de  Yarumal  lo  recibieran  en  Medellín. 

Ya  en  este seminario había  mucha  más  libertad  y  salíamos  los  jueves  a  caminadas  hasta  donde  es  hoy  día  el  seminario mayor  de  Medellín.  

En una de estas caminadas, yo vestido con sotana, alcancé a ver una niña  que  se  llamaba Angélica Cadavid, a quien yo conocí desde muy pequeño y que yo adoraba  como  un  loco,  aunque  creo  que  ella  no  lo  sabía,  pero  yo  me  moría  por  ella. Ella me alcanzó   ver y me  hizo  una  señal  con  la  mano  derecha  como  queriéndome   mandar  un   beso  y entonces  fue  allí  donde  comprendí  que  lo  mío no  era  el  sacerdocio.  

A  los pocos días  fui  donde  el  rector  del  seminario   que  era  el  padre Alfonso Uribe Jaramillo quien  más  tarde  fue  un  eminente obispo de la Iglesia, le  manifesté  que  no  era  capaz  de seguir  porque  seguramente,  de  ser  sacerdote, no  haría  las  cosas  bien  y  que  era  mejor  retirarme 

El padre Alfonso me comprendió y aceptó mi renuncia 

Al  llegar  a  mi  casa,  mi  mamá  se  puso  a  llorar  y  mi  papá  cogió  una soga  y  me  encerró  en una pieza grade  que  tenía la  casa,  dando  frente  para la  calle  y   me  pegó  una  pela  tan dura  que  mi  papá  quedó  rendido  del  cansancio,  mientras  yo…  Pues,  me  dolía  todo. 

Mi  mamá  lloraba  mucho  y  me  decía  que  lástima  no  haber  podido  tener  un  hijo  sacerdote  que  era  lo que más  le  había  pedido  a  Dios. 

Ya  después   trabajé  como   detective  particular  en  Medellín  y  luego  estudié  mercadotecnia  y  algo  de  comercio  internacional  así  como  algunos  cursos   sobre  seguros  de  vida  y  complementarios. 

Una  vez  mi  hermano  Luis  me  regaló  $30.00  para  que  fuera  a   Caicedonia,  Valle,  a  visitar  a  mi  primo  Manuel  Ramírez  Domínguez,  que  era  sacerdote  de  esa  parroquia  y  a  la  vez a mi otro primo Ramón Zapata Calle, hijo de la tía Laurita hermana de  mi  mamá. 

Allá conocí a mi esposa Nora Zapata con quien convivo felizmente. Ni siquiera  éramos  novios,  pero  una  vez   conversando con  ella  le  dije  que  si  quería  casarse  conmigo  y  ella  casi  se  cae  del   susto, pero le pareció buena  idea.  

Bueno: lo cierto es  que  llevamos  de  casados  más de 56 años y nunca nos ha faltado nada, gracias a Dios. 

No sé si estos relatos tengan algo qué aportar a la historia de nuestra familia, pero de todos modos lo hago con el mayor gusto. 

Abrazos del tío Pacho.