Por Iván de J. Guzmán López
La evidente destrucción del sistema de salud colombiano, obliga a que me exprese en primera persona: completo 55 días luchando con un simple problema de cálculos en la vesícula biliar. La primera manifestación de la dificultad, cuyo terrible dolor sólo lo puede describir quien lo ha padecido, ocurrió una madrugada de principios de febrero. Ya en urgencias, tres médicos, en cuatro horas, a “ojímetro”, me diagnosticaron cálculos. El primero, hizo la famosa valoración; luego de larga hora de espera; aún con dolor, me llaman para ser atendido por otro médico que, tras otro interrogatorio similar al anterior, me manda a un pasillo, para ser “atendido”. A la siguiente hora, aparece una médica que me anuncia medicamento intravenoso para el dolor. Otra hora después, dice la misma médica que me va a dar de alta. Y que si el dolor regresa, ¡vuelva por urgencias!
Una ecografía inmediata para un diagnóstico preciso y la cirugía necesaria y oportuna, me hubiese ahorrado el deterioro progresivo de la salud, así como el costoso turismo hospitalario. Aclaró que fui a urgencias de un hospital de primer nivel, que me “sacan” para salud, tengo EPS y pago Plan Complementario.
El subsiguiente turismo hospitalario, 4 médicos más y copagos caros, sin que a la fecha haya podido ir (por obra y gracia de “mi” EPS) a un quirófano que mande los cálculos al carajo, me ha dado la dimensión exacta del calvario que sufre Colombia, tras la destrucción sistemática, calculada e infame del sistema de salud.
¿Que el sistema era imperfecto antes de Petro? ¡Claro! Era imperfecto. Y quienes me acusan de uribista, por simple ceguera o llevados por una ideología castradora que les está acabando hasta el cerebro, pueden verificar mi posición vertical denunciando a muchas EPS, y reclamando mejoras en el servicio de salud durante toda mi vida de columnista en el periódico El Mundo, en El Colombiano y Minuto30, entre otros, desde hace más de 20 años.
Esta destrucción sistemática y monstruosa del sistema de salud de Colombia (por el solo prurito de su origen en la Ley 100 de 1993, ley que creó el sistema de seguridad social integral en Colombia, que incluye el sistema de salud y cuyos objetivos son: “Garantizar el acceso a los servicios de salud a toda la población, Mejorar la calidad de vida de las personas y la comunidad, y Proteger a las personas y la comunidad ante contingencias que las afecte”), amenaza una masacre de proporciones incalculables y de millones de enfermos crónicos entre los miles de maestros y los millones de colombianos. Estoy seguro, de continuar esta destrucción, que sus consecuencias serán peores que 10 pandemias de Covid-19 juntas.
Lo anterior, obviamente, lo sabe el presidente Petro, lo sabe el siniestro Guillermo Alfonso Jaramillo, mal llamado Ministro de Salud y Protección Social de Colombia. ¿Quiénes, ante Colombia y ante el mundo tendrán que pagar la debacle que vivimos y la masacre que se nos viene, luego que pase el gobierno Petro? Creo que la respuesta es sencilla; ellos lo saben y, recomiendo, pueden ir remojando sus barbas.
El círculo diabólico que está posibilitando la masacre entre los colombianos, es sencillo: el gobierno del cambio no le paga a las EPS, acusándoles de que se roban el dinero aportado, y las EPS no prestan un servicio de salud adecuado acusando al gobierno de que las tiene quebradas; de que el gobierno les debe billones. No millones; ¡billones! Y en medio, “como corcho en remolino”, ¡el pueblo! El amado pueblo que “el gobierno del cambio” dice defender y representar.
A todas estas, las voces de alerta y de denuncia, no se hacen esperar, como la del exsenador David Luna:
“No puede nadie representar la vida quitándole deliberadamente plata al sistema de salud. No puede si quiera asomarse a lo “humano” una persona que sabe que ya empezó a morir gente por falta de atención y medicamentos, pero no lo siente. No puede nadie apropiarse del concepto de “cambio”, si ese cambio solo es un chantaje para destruir lo que médicos, expertos, privados y un montón de funcionarios públicos capacitados construyeron durante décadas. No puede nadie llamarse “demócrata” cuando a pesar de las cientos de advertencias que hicieron otros cientos de demócratas se fueron directo a la caneca y todos terminaron acusados de “nazis”. No puede nadie llamarse “liberal” si a costa de imponer un punto un colombiano comienza un conteo regresivo angustioso de su vida rogando que le autoricen su salvación. Llegamos al punto en el que al presidente no le importan ni la vida, ni la verdad, ni la solución de nada. Preso de su terquedad, tomado por su rabia, creó un sistema de salud con su sello y no es un sello que esté salvando a nadie. Deben actuar los jueces, deben actuar los medios y debemos actuar nosotros para frenar la que sea tal vez la gran infamia de nuestros tiempos: hablar de vida, dejando morir a la gente”.
Por su parte, el antiguo compañerito de Petro en el M-19, Carlos Alonso Lucio, asegura en su red preferida, Tik Tok:
“¡La gente sufre más que nunca! Antes de Petro, el sistema de salud funcionaba. Hoy, el país enfrenta un colapso sin precedentes”.
Triste epílogo este, el del “gobierno del cambio”, que ya trocó el ampuloso eslogan de: “Colombia, Potencia Mundial de la Vida” (que es el nombre del Plan Nacional de Desarrollo, PND, 2022-2026), por el de: “Colombia, potencia mundial de la muerte.
Después de ir y venir por hospitales; después de ver la devaluación y degradación de la vida como bien supremo de natura y de Dios (y que me perdonen los ateos) me provoca cantar a todo pulmón, y muy a lo Manito mejicano:
¡No vale nada la vida!, ¡la vida no vale nada!
Puntada final: cómo nos duele el asesinato de la colega María Victoria Correa Ramírez. Nos encontramos por última vez en la misa de entierro del amigo César Perez Berrío. Me saludó con sonrisa desbordada y, sabedora de mi amistad fraternal con el doctor Alberto Builes, me preguntó por la salud del exgobernador, a quien apreciaba en grado sumo. “Está muy regular. Cuando mejore su salud, nos reunimos con él, te lo prometo”, le respondí.
Nuestra reunión con el doctor Alberto, querida Vicky, tendrá que ser en la patria celestial; en este, el país de la muerte, ya no se pudo. Definitivamente, en la Colombia de hoy, potencia de la vida, la vida no vale nada.


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