Por Claudia Posada
Los escenarios políticos no son muy limpios que digamos. ¡Nada qué hacer! En las luchas por el poder tal parece que la consigna es “Todo se vale”. Y no solamente es por conquistar el poder que no se ha tenido, también por reconquistar el que se tuvo, o por permanecer en él. Como estamos en una de las etapas de proselitismo previas a elecciones legislativas y a escasos meses de tener nombres definitivos para disputar la presidencia de Colombia, el ruido de las campañas sucias confunde y en consecuencia aturde. Somos los potenciales electores quienes más nos quejamos de cómo nos agobian los rifirrafes que no nos dejan ponderar sensatamente considerando que en particular, quienes no pertenecemos a ninguna rama del poder público, es decir, no trabajamos con el Estado, no tenemos interés distinto a ejercer un derecho ciudadano para contribuir en democracia, con el ánimo de depositar un voto que sume para llevar al poder a los mejores que de verdad busquen el bienestar del país; aunque a veces quisiéramos ser como aquellos que no se dañan el día viendo o leyendo la ordinariez de propaganda que inunda las redes sociales contra opositores, y olvidarnos de campañas políticas.
Desde las acciones de campaña hasta el ejercicio del poder, una gran mayoría de políticos mienten, simulan, disfrazan. Se burlan de los ciudadanos. ¿A quiénes están dirigidas las campañas? Generalmente a grupos segmentados por edades, estratos socioeconómicos (según necesidades básicas insatisfechas en unos y ya satisfechas en otros) características geográficas, demográficas … pero a partir de algunos años hacia acá, buscan emocionar a ciudadanos de supuestas tendencias ideológicas con las que dicen entusiasmarse simplemente repitiendo lo reiterativo en los discursos de los candidatos que les gustan, sin escudriñar. En anteriores campañas, los electores decían ser liberales o conservadores, en ese sentido optaban por el candidato oficial de su partido; ahora, según estudios de análisis electoral, el comportamiento político del elector es muy distinto y como tal, la estructura de campañas sí que lo es. Por ejemplo, Gustavo Petro fundamentó su campaña en las promesas que se asocian a igualdad de oportunidades y el rescate de una vida digna que disminuyera la desigualdad social tan gravemente acentuada en el país; no importó a sus electores que los candidatos de derecha aseguraran que un candidato de izquierda llevaría a Colombia a convertirse en un Estado según el modelo venezolano. En cambio, la explicación del porqué obreros y trabajadores de menores ingresos votaron (y volverán a hacerlo) por el candidato de la derecha (en ese momento Rodolfo Hernández) fue cómo caló en ellos el decir, por ejemplo, que con un gobierno de izquierda la inversión escasearía y con ello los empleos. La izquierda populista del “kirchnerismo” en Argentina, por ejemplo, prometía un Estado defensor de los pobres y enemigo del neoliberalismo. Juzguen ustedes si hubo o no engaños. Eso es ponderar y sacar conclusiones. Hagámoslo con respecto a legisladores y gobierno actuales.
¿Por qué decir que los políticos en campaña (y estando elegidos también) se burlan de los ciudadanos? Pues porque las redes sociales facilitan la legitimación de contenidos concebidos para engañar o mentir, para desprestigiar y confundir. Y ellos lo aceptan. Es por la desconfianza creada por la misma clase política y tantísima confrontación entre las extremas, que los potenciales electores están pensando en el centro como alternativa electoral. Se vio en la encuesta reciente que Sergio Fajardo arrastra simpatías, sin aspavientos, lejos de las garroteras marca preferencias; lo mismo parece atraer de Iván Cepeda, inclusive dijo que no quiere ir a debates que se perciban como camorristas, no quiere provocaciones hirientes. En cambio, para los candidatos y precandidatos de la derecha las cosas no andan bien, las preferencias están muy repartidas, y entre ellos hay duras hostilidades incluso al interior de colectividades que fueron sólidas se ve tirantez. Acuerdos que no cuajan, alianzas que no pelechan. Les va a tocar volverse serios, no más burlarse del electorado como lo vemos en representantes de la izquierda y de la derecha.
Cómo nos gustaría mayor compromiso de los medios con uno de los principios del periodismo: equilibrio informativo. Pero si de asuntos políticos se trata es en donde menos se están respetando principios éticos.


Más historias
La furiosa desinformación
No hay tiempo y espacio para jugar a ser presidente
Salud y Estado: El país sin medicinas: la crisis que enferma a Colombia