
Por Claudia Posada
Para todas las audiencias no fue un circo, ni una payasada, ni estuvo intencionado para quitarle protagonismo o la oportunidad de despliegue de campaña a una candidata presidencial; ni siquiera se trató de una puesta en escena con guion literario; es decir, no fue todo “fríamente calculado”. El Consejo de ministros fue eso, un espacio que los ciudadanos no conocíamos pero que fue bueno para podernos acercar a un tipo de reunión del alto gobierno presidida por el presidente de la República con la asistencia de sus ministros. Otra cosa es descubrir que, desde afuera, no estábamos tan equivocados los ciudadanos del común sin tendencia a aprobar o a rechazar de plano lo que percibimos del gobernante elegido en democracia por el voto popular, lo mismo que de su vicepresidenta la señora Márquez. Empecemos por las consecuencias de un Consejo “a calzón quitado” que, es posible, sí fue fríamente programado por el señor Armando Benedetti, desde el gran poder que le confiere a él y a la hoy Canciller Laura Sarabia, el mismo presidente Petro para que, quizá, pasen por encima del equipo ministerial.
Al no quedar claro desde el inicio del consejo de ministros (ni en el transcurso del mismo, ni tampoco hasta el momento) cuál es el rol o funciones de Benedetti al pasar de asesor del presidente a Jefe de Gabinete, resulta más que obvio la renuncia -tal vez muy a la ligera pero válida- del señor Jorge Rojas, hasta ese momento Director del Departamento Administrativo de Presidencia de la República -DAPRE- esencialmente con funciones direccionadas hacia el manejo puramente administrativo (desde unas prioridades que se trazan en el Plan de Gobierno) en las que caben las agendas pública y privada del señor presidente, por decirlo de alguna manera resumida, pero que en todo caso estén encaminadas a cumplir los objetivos estratégicos y misionales de una dependencia con clarísimo compromiso institucional (no político, ni personal). Desde afuera nos parece que Jorge Rojas, por su trayectoria al lado de Gustavo Petro y su demostrada lealtad y seriedad, se ajustaría con toda responsabilidad a tan importante designación, pero le montaron competencia. Nos sostenemos en que tales condiciones, en cambio, no eran reunidas por su antecesora en el DAPRE Laura Sarabia; además, quedó al desnudo en el Consejo reciente, que fue más lo que impidió el indiscutible acercamiento, de manera oportuna, de los ministros del gabinete como sus inmediatos colaboradores con el señor presidente, en el momento por ellos requerido.
Renunció también, irrevocablemente, el fiel ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, Juan David Corres; lo mismo que quien dirige la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), Carlos Carrillo, cuya renuncia fue de carácter protocolario (como el ministro Cristo quisiera que lo hicieran todos), pero al momento de escribir esta columna no sabemos qué más, en este sentido, ha trascendido. Pedir que renuncie la Vice Francia Márquez, tiene sentido, no como vicepresidenta pues fue elegida por el voto popular, aunque sí como ministra de la Igualdad, considerando que el propio presidente Petro fue explícito en la cualificación de su desempeño y el incumplimiento con respecto a los alcances de esa nueva cartera. Ojalá así de concreto hubiera sido el presidente durante todas sus disertaciones que, desordenadamente, nos llevaban de su ideología enmarcada en su estilo de gobierno, aunque algunas otras algo gaseosas, hasta las disertaciones filosóficas adobadas con figuras literarias y grandilocuencia histórica, no despreciable, pero innecesaria en el espacio del consejo cuyo objetivo se diluía en ese tipo de dialéctica interesante pero propia para exponer en otros escenarios.
Hubo en el histórico Consejo de ministros que nos ocupa, intervenciones de los ministros que quisieron dejar clara su posición personal ante el extraño nombramiento del señor Benedetti, el que naturalmente ha ocasionado todo tipo de reacciones, no sólo entre los ministros sino en general de opinadores afectos o no al presidente de los colombianos. Hay que reconocer que hubo mucho desconcierto en dicha reunión, el que fue demostrado en posiciones coherentes y respetables, y no todas por la presencia del nuevo Jefe de Gabinete, también por calificativos dirigidos hacia sus inmediatos colaboradores etiquetados por G. Petro como sectarios, un señalamiento inexplicable para quienes son fieles a sus principios ideológicos; y si se habla de democracia, hay que entender que en un grupo heterogéneo -seleccionado por el mismo según competencias- no puede creerse que las mentes estén uniformadas; lo que debe esperarse es lealtad y nada de agendas paralelas, eso sí. El objetivo de aquella convocatoria era analizar y corregir el cumplimento de metas; en tal sentido hubiéramos querido escuchar más razones y argumentos -tan importante enterarnos de ello, oírlos, interpretarlos sin prejuicios, pero el presidente fue arrogante ante su equipo cayendo en tantas interrupciones.
Podríamos entender que el señor presidente esté descontento con las cifras presentadas a él por Benedetti en términos de porcentajes de cumplimiento (meramente cuantitativos, no cualitativos) por lo que era en absoluto improcedente no oír serenamente las explicaciones que dieran cuenta de las gestiones respectivas; era necesario oírlos sin prevenciones emocionales. Es evidente que en la mayoría de los ministros hay idoneidad y sus gestiones van más allá de criterios personalistas. Por lo demás, si algunos quieren pasar a ser candidatos presidenciales están en su derecho.
Si algunos se van por sus particulares razones, y otros no aceptan estar haciendo equipo con un político de todo el afecto de Petro, porque su trayectoria y trabajo que no les es afín, también están en su derecho de manifestarlo sin que por ello se les juzgue. Nuestro presidente no es un dictador ni el terrorista que nos quieren hacer ver; se ha equivocado y también ha acertado.
Su proyecto no atenta contra la democracia y en cambio sí se direcciona hacia el bienestar colectivo que puede lograrse cerrando brechas de inequidad, pero necesita aterrizar los ideales a las realidades del país. Gustavo Petro tiene enemigos que impiden darle el rumbo viable a las propuestas de concertación para alcanzar resultados que pueden llevarnos a una convivencia sana, sin que se diga que quiere atropellar las vías de la democracia y la libertad en la que hay espacio para todos los sectores con voluntad de progreso y oportunidades.
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