Justicia es paz. Aún sin violencia revolucionaria, sin bandas de asaltantes de caminos, de forajidos orgánicos a la diestra y a la siniestra, solo donde hay justicia, puede el hombre proceder con las manos entumecidas por la rabia, pero sin cuchillo y sin pistola. Así debió concluir el sujeto del común cuando se extendió por todo el planeta, la tesis sobre la creación de un Estado que suprimiría la justicia por su propia mano y designaba a los jueces, personas de las mejores cualidades, para que resolvieran los conflictos que presentaban en aquella “época de bárbaras naciones”. Llega el momento de surgir el derecho penal moderno y la fuerza que respeta al magistrado y su aplicación. Esta es la razón para exigir derechos, pero es también para los deberes, característica de una persona civilizada.
En Colombia las cosas son al revés. Primero los derechos, y si me queda tiempo (o dineros) cumplo algunos deberes. La solidaridad es un deber de todo colombiano y como se ha visto con los migrantes venezolanos, Pero hay una situación de grandes dimensiones: la guerrillerada femenina desmovilizada de las Farc. (Lea la columna).
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