
Por Juan Guerra / Publicista
En las películas de la saga Misión Imposible nos habíamos habituado a que el protagonista recibiera un mensaje, una misión, que luego de verla se auto destruía en segundos.
Hace días me enviaron unos afiches publicitarios en forma efímera en un chat, es decir, solo los pude ver unos segundos, una sola vez. En la misma semana una amiga me envió una foto descansando, al lado de su gato, una imagen normal y común, también en modo efímero. Luego un compañero de trabajo me envía un audio que solo pude escucharlo una vez. Las fotos y los audios efímeros que duran apenas unos segundos en los chats y en las redes sociales reflejan una tendencia que Zygmunt Bauman describiría como parte de la «modernidad líquida». Esta modernidad, se caracteriza por su fluidez y transitoriedad, logrando transformar nuestra percepción del tiempo y de la memoria.
Bauman argumenta que, en la modernidad líquida, las relaciones y los objetos han perdido su solidez. Todo es fugaz, nada es permanente. Las fotos efímeras, los audios y los videos que desaparecen tras ser vistos, encarnan esta idea de impermanencia.
En lugar de preservar recuerdos, preferimos que estos sean consumidos y olvidados rápidamente, reflejando una sociedad que pareciera que valora lo instantáneo, lo desechable, como un plástico de un solo uso.
Byung-Chul Han, en su libro «Vida Contemplativa», habla sobre esta aceleración de la vida moderna. Han sugiere que la vida contemporánea está dominada por la hiperactividad y la sobrecarga de estímulos, lo que nos aleja de la contemplación y la reflexión. Los datos efímeros son un ejemplo de esta hiperactividad: en lugar de detenernos a apreciar un momento capturado, lo consumimos rápidamente y pasamos al siguiente estímulo.
Esta modernidad con sus estímulos fugaces y las redes sociales bombardeando con millones de mensajes por segundo, son un síntoma de nuestra incapacidad para detenernos, admirar y reflexionar. Louis Daguerre fue un artista y pintor que inventó los daguerrotipos. Una placa con material sensible a luz que inmortalizaba los recuerdos, es decir, desde este perfeccionamiento nacieron las cámaras fotográficas, de rollo, esos que se revelaban en un cuarto oscuro. De ahí, las fotos, las que tenían nuestros padres en álbumes para guardar momentos especiales, para siempre. Hoy, preferimos que esos momentos desaparezcan casi al instante. Entonces se revela nuestra impaciencia y nuestro deseo constante de novedad, una característica central de la modernidad líquida. Las fotos y los videos de esta nueva época se escurren por nuestras manos.
Qué bueno sería la vida más pausada y contemplativa. Hoy, la verdadera riqueza de la vida se encuentra en la capacidad de detenerse y apreciar el momento presente. No nos neguemos a esto. Las fotos efímeras representan la culminación de una cultura y el nacimiento de una nueva que valora la velocidad y la novedad por encima de la profundidad y la conexión con el otro.
La intención original de la fotografía era inmortalizar momentos y ahora preferimos que esos recuerdos sean fugaces. Sin duda alguna hemos perdido conexión.
Reflexionemos sobre la rapidez con la que vivimos y cómo esta velocidad nos aleja de la verdadera apreciación de los momentos que componen la vida. Valoremos más la profundidad antes que la inmediatez. La vida es corta y cada día la hacemos más efímera.
Me niego a creer que apreciar, contemplar, admirar e ir más despacio apreciando la vida sea una misión imposible.
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