29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Mis ochenta años…

Jose Hilario Lopez

Queridos familiares y amigos 

Acabo de cumplir ochenta años de vida. Que esto haya sucedido es un designio de Dios o de la Madre Naturaleza, en mi convinción, principios de la vida fundamentales y equivalentes. Y esto no es ninguna hazaña personal ni motivo de celebración, para lo cual poco he aportado, sólo un elemental, aunque precario, cuidado de mi en lo físico, emocional y, de pronto, algún trabajo intelectual. 

El haberme dejado avanzar hasta la vejez, como dijo el gran Borges, ha sido mi mayor imprudencia y lo más grave es que ya no puedo hacer nada por repararla. Por causa de mi imprudencia estoy sólo, aunque sin mayores dolencias físicas. De todo estoy muy bien, salvo mi corazón, como dijo el poeta Eduardo Carranza. Pero es que la soledad es la condición propia de la vejez y quien no sepa vivirla de nada le sirve lo que haya aprendido. La compañera se enferma o muere, los hijos se deben ir a construir su propio mundo, los amigos mueren, enferman o se apartan. Sólo queda uno mismo con sus propios recuerdos y los libros.., más que para escribirlos para seguir maravillándonos con su lectura, la comunicación con autores en su mayoría ya muertos: la lectura es un dialogo con los muertos y con contemporáneos ausentes. 

En mi soledad he estado aprendiendo a hacer oficios para los que nunca me había preparado, ni mucho menos entrenado. Veo como cada vez soy más capaz de atender mis necesidades elementales de supervivencia física sin depender del cuidado de otros, a lo cual agrego el cuidado de cuatro perros, un gato, un sinsonte cautivo que nos legó mi suegra y los pájaros del bosquecillo con especies nativas, que conservo aquí en mi refugio campestre. Estoy convencido de que cuando el cubrimiento de mis más elementales necesidades de supervivencia tenga que depender de terceros, ya no vale la pena insistir en la imprudencia de sostener la vejez (aunque creo que nunca sería capaz del suicidio, de pronto si autorizar una muerte asistida para no molestar más a mis hijos). 

Según Rabelais, nacimos sin pedirlo, vivimos sin saberlo y morimos sin quererlo. Esta cruel sentencia, para mí solo es aceptable en su primer enunciado. Hasta el fin de mis días quiero seguir aprendiendo a vivir de acuerdo con las leyes de la Naturaleza, la vida buena que llaman los estoicos. Y en cuanto a la muerte, seguir perdiéndole el miedo mediante el progresivo desapego de cosas no esenciales, que antes creía que eran la razón de mi vivir (sexo, dinero, reconocimiento, poder…, vanidades todas). 

José Hilario López 

Amagá, enero de 2021.