Por Laura Mejía
Medellín y Antioquia no se rinden. No lo han hecho antes y no lo harán ahora. Esta región ha enfrentado crisis económicas, políticas y sociales, y de todas ha salido con la misma fórmula que la ha hecho ejemplo nacional: trabajo, disciplina y carácter. Aquí no se espera a que el gobierno actúe, porque se entiende que el progreso se construye desde abajo, desde la gente. Aquí, mientras algunos se detienen en los discursos, otros salen temprano a construir, a abrir sus negocios, a sembrar esperanza, a estudiar, a crear. Antioquia no se sienta a lamentarse: actúa. Esa es su fuerza, su cultura y su historia.
En Antioquia, la fortaleza no nace del relato, sino del esfuerzo cotidiano. Está en el empresario que sigue generando empleo pese a los tropiezos regulatorios; en el comerciante que abre su local aun cuando la economía se enfría; en el joven que emprende con lo que tiene; y en la madre que sostiene a su familia con dignidad. Está en el ciudadano de a pie que, sin cámaras ni reflectores, mantiene en alto el espíritu de esta tierra.
Hoy este Departamento vive un momento crucial. El regreso de la Bienal Internacional de Arte demuestra que la cultura sigue siendo una herramienta de transformación social y un puente hacia el diálogo. En las calles volvió a respirarse arte, pensamiento y encuentro. Los artistas, los gestores culturales y los ciudadanos le devolvieron a la ciudad ese pulso vital que la distingue: el de la creatividad al servicio del cambio.
Sin duda, Antioquia y Medellín son mucho más que cifras o titulares. Son una forma de pensar el país. Aquí se entiende que gobernar no es dividir, sino convocar; que liderar no es imponer, sino escuchar; y que el progreso no puede depender de la voluntad de unos pocos, sino del compromiso colectivo de una sociedad que cree en sí misma.
Por eso, cuando desde el poder central se ataca a quienes producen, a quienes innovan, se pretende debilitar las instituciones que han dado ejemplo de gestión, o cuando los líderes son víctimas de persecuciones políticas, Antioquia responde con hechos. No con gritos, sino con resultados. Con inversión, con emprendimiento, con deporte, con cultura, con educación.
Mientras otros se enredan en discursos de confrontación, esta región sigue demostrando que el verdadero cambio no nace del resentimiento, sino del trabajo bien hecho.
Medellín y Antioquia son ejemplo de confianza y de diálogo. Confianza en la gente, en su capacidad de levantarse una y otra vez. Diálogo entre lo público y lo privado, entre lo urbano y lo rural, entre la política y la ciudadanía. Aquí se entiende que las diferencias no se cancelan: se tramitan con respeto y propósito.
Los antioqueños seguimos apostando por la esperanza, incluso cuando el panorama nacional se nubla. Seguimos creyendo en el poder del trabajo, de la educación y de la empresa. Seguimos caminando con la certeza de que el progreso no se decreta: se construye todos los días.
Y mientras algunos prefieren la queja o el enfrentamiento, esta tierra sigue demostrando que hay otra forma de hacer país: la del diálogo, la confianza y la acción.
Porque si algo ha enseñado Antioquia al país es que rendirse nunca ha sido una opción. A Colombia la sacamos adelante desde las regiones.


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