Cuando en la década del cincuenta, el Poderoso DIM campeonó dos veces (1955 y 1957), la vida transcurría con la despreocupada lentitud de una película del cine mudo. El estrés y la lúdica no se habían inventado. Tampoco existían los complejos. Electra era una vecina que cocinaba rico y Edipo era un tendero que fiaba sin miseria. Hoy el rojo disputará el primer partido de la final de fútbol 2018 contra el Junior de Barranquilla.
Los chinches, chingas o masas, “anticristos” o muchachos de la calle jugábamos fútbol. Otra cosa no nos desvelaba.
Mi tío Aníbal Giraldo Jiménez, hincha del DIM, me invitaba los domingos al Atanasio Girardot desde temprano para ver fútbol en las Martes Uno, la de la selfi, y Dos. Y me compraba deliciosos esquimales (q.e.p.d.) de La Fuente. El esquimal era la felicidad disfrazada de paleta.
Secretamente, el tío rojo abrigaba la esperanza de sumar otro seguidor para el Poderoso. Como yo era la contraria del pueblo, le salí nacionalista. Aníbal admitió la disidencia y nunca me canceló las invitaciones al estadio. Es más, se dejaba sentir los domingos para financiarme el matinal doble en los cinemas paradiso del barrio: Laika, Berlín y Aranjuez.(Lea la columna).
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