
Por Oscar Domínguez (Foto)
Lo que se hereda, así sea una corchea, no se hurta. El maestro Héctor Ochoa Cárdenas heredó el código genético de don Eusebio, su taita compositor que no quería más músicos en casa. Le desobedeció su hijo Héctor, el número 13 entre los veinte hijos que tuvo en dos matrimonios. (Si el alumno no supera al maestro, fracasó el maestro, decía Mario Latorre, rector de la Universidad de los Andes).
En esta encarnación lo vi solo una vez en la Casa de Antioquia, en Bogotá, bajo la batuta de Javier “Galileo” Aristizábal. Compadezco, a quienes no estuvieron la noche que cantaron los maestros José Barros, desafinado muy, Jaime Villamil y Ochoa. (Villamil alabó la ironía de Dios que le dio tremenda inspiración y una voz que recuerda el cacofónico ruido de las sillas al correr…)
Guitarra en mano, el cuarteto hizo lobby musical ante un grupo de parlamentarios que sacaron adelante una ley que mejoraba los escuálidos ingresos de los compositores. En primera fila despachaban licor oficial y teológicas empanadas de iglesia, los congresistas Jorge Valencia Jaramillo, Armando Estrada, Daniel Villegas, Hernán Echeverri Coronado…
Durante la velada, Ochoa, modelo 1934 (para los regalos, cumple el 24 de julio), aclaró que por culpa de los productores fonográficos los compositores padecen una “santificante pobreza”. Lo dice uno que sabe de plata pues fue ejecutivo bancario. Cuánto le debe su inspiración al hecho de manejar plata ajena, es algo que dejo para los estudiosos.
A sus 91 años le acaban de rendir homenaje a su talento en el teatro Metropolitano con motivo de los 50 años de “Antioquia le canta a Colombia”, del cual fue uno de los fundadores y director.
Según el coleccionista e investigador musical Gustavo Escobar Vélez, “sus canciones, que son muchas y muy bien logradas, han sido grabadas por él y por excelentes vocalistas nacionales y extranjeros”.
Su casa está tomada por toda clase de reconocimientos. Unos “se mecen altaneros” en las paredes y en muebles diversos; otros bostezan en su hoja debida. Su mayor do de pecho es “El camino de la vida” catalogada como la canción del siglo veinte y la más bella de Colombia .
La escribió y musicalizó en 12 horas mientras en su casa todo el mundo echaba zetas, incluida su esposa doña Stella (=“Tú, lo mejor de todo”). Cuando le cantó “El camino…”, ella se dejó venir con un diluvio de lágrimas. Ochoa concluyó: “Habemus” canción. Doña Stella, lágrima en mano, le dio muchos avales para sus nuevas composiciones.
En otra de sus creaciones, el nonagenario Ochoa calumnia y le inventa gentilicio al que baraja y da las cartas: “Antioqueño es mi Dios”. Nunca fue rectificado por el que baraja y da las cartas, ni excomulgado por papa alguno.

Pie de Foto: Cedé con las canciones cantadas en la Casa de Antioquia por los maestros Barros, Villamil y Ochoa. Y el proyecto se aprobó finalmente (odg)
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