1 octubre, 2023

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Mano de Judas

Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. 

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La otrora ‘Tacita de Plata’, Medellín, hoy día está convertida en el recipiente donde se depositan las inmundicias de algunas personas, comenzando por el desdeñable alcalde Daniel Quintero y su séquito de ineficaces secretarios; pasando por cierta población de migrantes venezolanos dedicados al robo callejero y la venta de estupefacientes, hasta llegar a la firma de contratos sin los requisitos legales ni la comprobada idoneidad profesional de varias empresas contratistas. 

Quintero no pasa de ser un necio presumido, mitómano, artificioso, tramposo, exhibicionista e incoherente que hace uso del erario con el objetivo de exaltar su alicaído ego y fatuo proceder. En más de dos años, lo único que tiene para mostrar son las múltiples denuncias en su contra sobre presuntas irregularidades en el manejo de los dineros oficiales, la inalterable fanfarronería mediática y el modo propio de mentir sin ruborizarse. Poco de autoridad municipal, sí, mucho de pasar revista al manual de cómo injuriar y calumniar a quienes, con hechos, demuestran su enfermedad psíquica y vacilación. Mientras tanto, la ciudad se halla en peligro inminente de sucumbir y de recibir el óleo de la extremaunción gracias a la pésima administración de Daniel Quintero. 

En lugar de pavonearse o levitar en el escenario de las relaciones gubernamentales debería recorrer la urbe a fin de resolver los inconvenientes a causa de la inseguridad alimentaria de los niños y el embarazo adolescente; el fleteo que anda en su apogeo y la violencia desbordada en los colegios; la invasión y destrucción del espacio público; la proliferación de plagas y de cambuches; los miles de habitantes en condición de calle y el reguero de escombros; las basuras depositadas en cada esquina y los ladrones a sus anchas; el desbocado consumo de alucinógenos y las plazas de vicio en pleno auge; los separadores viales llenos de maleza y el olor a letrina que apaga el ambiente de la entonces Medellín primaveral; en suma, Daniel Quintero es más letal que una pandemia. Lo malo es que no hay antídoto diferente a la revocatoria, el paso al costado que no dará o la forzosa terminación de su infausta alcaldía. Durante este tiempo seguirá inoculando pestilencia, ruina y desidia. 

El incumplimiento de las normas y la ineptitud para manejar los destinos de la capital antioqueña se constituyen en defectos de forma y de fondo en relación con este individuo que solo aporta graves alteraciones al desarrollo integral, la ‘cultura metro´, el sentido de pertenencia, la tenacidad y la identidad medellinense. El mandatario local, ¡qué pena con el nombre masculino!, ha puesto en marcha la artillería del dolo y el desorden a la hora de implementar políticas públicas acordes con las necesidades apremiantes del distrito. 

A vista de pájaro cualquiera observa el avance de la explotación sexual infantil, la prostitución, el abandono del centro urbano, el control del territorio a manos de organizaciones criminales, el acelerado deterioro de la malla vial, la ausencia de agentes de tránsito, la extorsión a los tenderos de barrio, el hundimiento de las calles, la gente durmiendo sobre las aceras, los destartalados vehículos recogedores de basura,  las rentas ilegales y los mendigos rondando los barrios que unió Parques del Río; entre otras desdichas que pasan por las narices de quien no posee olfato para priorizar y resolver de manera apremiante esas problemáticas.  

¿Dónde está el dinero recaudado por concepto de impuestos y de vigencias futuras? De cierto, no se encuentra en inversión social ni en progreso y tampoco, salvaguardando el patrimonio paisa. A tiro hecho, mínimo reposa encima de la mano de Judas que apaga la imagen esplendorosa de Medellín. Por eso, Daniel Quintero Calle, merece una condena ejemplar, el repudio generalizado debido a que nos trae por la calle de la amargura.