29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¡Luz, más luz!

Por Jesús Vallejo Mejía

Periódico Debate 

Esta exclamación que según se dice fue lo último que se le escuchó a Goethe en su lecho de muerte, viene a cuento a raíz del proveído de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia que le impuso al hoy senador Uribe Vélez a guisa de medida de aseguramiento la reclusión domiciliaria. 

No es el caso de referirme a un voluminoso expediente judicial cuyos detalles, desde luego, desconozco. Esa es tarea que abordará la defensa de Uribe. Lo que me inquieta es la oscuridad que rodea la decisión. 

Ante todo, llama la atención la ubicua presencia del siniestro senador Cepeda en este que, parafraseando a Balzac, tiene todas las trazas de ser un asunto tenebroso. 

Es un hecho notorio la cercanía de ese senador con las Farc y el ELN. ¿Es el verdadero jefe de aquéllas, como algunos piensan? ¿Ha sido compañero de ruta, auxiliador primario o cómplice de esas organizaciones, así la primera de ellas se presente ahora como un partido político legal? ¿Por qué ni la justicia ordinaria ni la JEP se han ocupado de investigar sus estrechas relaciones con la subversión? 

Ese senador dice a los cuatro vientos, refiriéndose a Uribe, que nadie está por encima de la ley. Hay que precisar el concepto: nadie, con excepción de él. 

Sus nexos con la Corte Suprema de Justicia y la JEP son poco diáfanos. Tiene a su mujer trabajando en este último organismo y uno se pregunta con todo derecho si allí podría darse una causal de pérdida de la investidura. Y resulta que ella tiene cercanía con el magistrado Reyes Medina que es el líder de la persecución de la Corte Suprema de Justicia contra Uribe Vélez. 

Cepeda lleva años tratando de llevar a Uribe a la cárcel. Él, que tanta proximidad ha tenido con los perpetradores de los peores delitos de que da cuenta la historia criminal de Colombia, se ha ensañado contra Uribe porque éste ha sido capaz de enfrentar a tales malhechores. Es evidente que Cepeda no actúa en favor de las víctimas, sino de los victimarios. Ha logrado ahora, al menos temporalmente, su cometido. 

Hay que preguntarse por el costo de esta victoria que, de pronto, podría ser pírrica. 

Si bien parece dejar por lo pronto fuera de combate a Uribe y sumido en el desconcierto al Centro Democrático, es probable que la estocada no sea de muerte. Mal digo, pues en rigor la estocada es algo que viene rodeado de cierta nobleza y lo que se ha perpetrado en este caso es más bien una puñalada trapera, que ha producido en un vasto sector de la opinión la sensación de que nuestra justicia no es confiable, pues está bajo el control de la extrema izquierda. Al hombre de la calle le cuesta enorme dificultad entender que la misma Corte que facilitó la huída de Santrich sea la que acaba de extremar el rigor contra Álvaro Uribe Vélez. 

No faltan los que piensan que este proceso, al igual que otros que se han adelantado contra conspicuos personeros del uribismo, prefigura los remedos de juicios en que se han especializado los regímenes comunistas a lo largo de su historia criminal. 

De ahí que muchos, al ver la cercanía de Cepeda con la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, estén hoy atemorizados por la suerte de las libertades públicas en Colombia. El comunismo acaba de mostrar con toda fiereza sus colmillos y sus garras, su talante desenfrenadamente agresivo, su insolencia descarada, su vaho pestilente. Esa acción demencial está provocando, como lo ha dicho Fernando Londoño, el despertar de un gigante, la Colombia profunda que, como dijera Don Marco Fidel Suárez, «es tierra estéril para las dictaduras». 

Lo que acaba de hacer la Corte bajo la influencia de Cepeda está produciendo reacciones cuyo desenlace no me atrevo a predecir. Pero no dudo que serán de mucha gravedad.