Por Oscar Domínguez G.
Acabo de releer un insólito libro del que su propio autor, el maestro Tirso Castrillón, dijo sin exceso de humildad: “Es uno de los mejores libros que he leído”.
Su esposa reclamó acciones en la obra: “Si no fuera por mí, no se le hubiera ocurrido”. La familia se reserva los derechos de autor de quien fuera jugador de ajedrez de primera línea. En la décima cuarta y última edición del año 2000 está consignado lo siguiente: “Queda prohibida su reproducción y la traducción a otros idiomas, incluido el serbocroata de las provincias septentrionales y el Esperanto”.
Y un amigo de esos que nunca faltan le preguntó: “¿No has pensado sacarlo por fascículos?”. Tengo, pero no lo presto un ejemplar de los mil que imprimió Lealón. Esa edición también está agotada.
La primera circuló en diciembre de 1971 cuando salieron a la calle tres ejemplares (sí tres) “numerados del 001 al 003 en su orden”. Es el único libro en el mundo que cualquiera habría podido escribir… si se le hubiera ocurrido, al decir del poeta Hernando Montoya.
Ha circulado con 200 y 150 páginas sin que falte una coma en ninguna edición. Tiene siete palabras, las mismas que el célebre cuento de Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
La obra es de un laconismo contundente: “A nadie le gusta que lo jodan”. Eso es todo. Repito: ese es todo el texto que aparece en cada una de sus páginas. El título del libro es ambicioso a morir, y define el tono y la filosofía de la obra: “Relaciones humanas, tratado general”.
Fue editado en pasta dura como una libreta de apuntes en blanco, salvo en la parte baja donde se repiten las siete palabras. El fallecido fabulista, ducho en mamagallsimo, es personaje en la novela “Eugenia en la sombra” del profesor Luis Fernando Macías. Macías y el personaje jugaban ajedrez en el desaparecido Club Phillidor, de Medellín.
El maestro y abuelo Emilio Caro, recuerda que su colega fue campeón de ajedrez en Antioquia, Norte de Santander, Córdoba y Valle, adonde viajaba como empleado de Editorial Bedout.
Caro nos encimó un perfil del caballero cuyo nombre tengo en la punta de la lengua. “Ajedrecemos sus consejos”, escribió Caro quien en su página de Facebook figura como viudo. El mamagallista del Emilio no dice de cuál de sus siete mujeres es viudo.
En 1973, Javier Henao Hidrón, secretario de educación de Antioquia, le editó a nuestro autor otro libro que era mitad sobre ajedrez y mitad sobre el esperanto, sus dos pasiones. El fallecido Henao Hidrón, exmagistrado, biógrafo del Brujo Fernando González, ajedrecista de élite en su momento, destaca el humor negro del autor “fruto de su inteligencia y su sentido burlón de la vida”.
El escritor y tallerista envigadeño Jairo Morales ve en el escritor un hervidero de ideas y un híbrido de Luzhin, personaje de La defensa, de Nabokov, el excampeón mundial Bobby Fischer, y el maestro antioqueño Óscar Castro.
Un amigo trebejista que prefiere el anonimato resume el talante del fabulista Castrillón destacando su humor negro, su pasión por la lectura y la ironía frente a la condición humana.
En este libro, el autor omitió el apellido al lado de sus nombres: Tirso Andrés. El mundo del ajedrez lo conocía como Tirso, simplemente. (Retocado para esta publicación).

Fotos 1: Carátula en pasta dura del libro de Tirso Castrillón (odg)

Foto 22: Tirso, derecha, enfrentado a Emilio Caro. Observa Alcigüel Ruiz. (Del archivo de Emilio A. Caro Gallón


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