Por Claudia Posada
Luis Carlos Galán Sarmiento, siendo candidato a la presidencia de Colombia, fue asesinado hoy hace 35 años en el parque de Soacha (Cundinamarca) minutos antes de dar comienzo en tarima, a la manifestación programada por los organizadores de sus recorridos en cumplimiento de las presentaciones de campaña en las que el líder del Nuevo Liberalismo (adscrito en ese momento oficialmente al Partido Liberal) exponía ante grandes masas de seguidores, sus tesis y proyectos políticos.
Fue aquel doloroso 18 de agosto del año 1989, cuando los sicarios acabaron con la vida del candidato que muy seguramente sería presidente electo en 1990. Tras su muerte, César Gaviria asumió la candidatura por el Partido Liberal, convirtiéndose en el triunfador gracias a que, para el pueblo dolido, de alguna manera éste representaba el ideario político de Galán, aunque nada parecido al caudillo santandereano. Recordando el trasegar político de Galán Sarmiento, su temple y sólido carácter, impresionante y brillante trayectoria, firmes convicciones, y, por lo demás, sobradas características que sumadas hacen lo que resumimos con el decir: “Es de talla presidencial”, difícilmente podría hoy entre los ya aspirantes manifiestos, de tan poquitos quilates, decirse que Fulano o Zutana, se le asemeja, al menos, en alguna de sus virtudes. César Gaviria por su parte, durante su campaña ganadora del año 1990, tuvo contrincantes, estos sí, de peso; uno entre ellos con grandes méritos fue Álvaro Gómez Hurtado, conservador de la facción Salvación Nacional; Antonio Navarro, de la Alianza Democrática M-19 que consiguió una interesante votación; y el dirigente por el Partido Social Conservador, Rodrigo Lloreda Caicedo. (Por muy buenos que eran los dos candidatos de extracción conservadora, el electorado no daba para haber sacado exitosamente a cualquiera de ellos).
Nueva Colombia es un libro publicado en 1982, tal vez con la mejor selección que se haya hecho en vida del líder, con sus planteamientos, propuestas, y en general sobre lo expuesto por Luis Carlos Galán en lo que respecta a los asuntos políticos relevantes, lo económico, la educación, la minería y la política energética. Es un resumen con la respectiva nota introductoria que nos presenta María Mercedes Carranza. De este texto (síntesis de escritos, discursos y las posiciones planteadas por el propio Galán en distintos escenarios) retomamos algunos párrafos que dan cuenta de su profunda capacidad para interpretar lo que pasaba en el país, de dónde proveníamos y para dónde íbamos en la Colombia convulsionada, conmovedora y violenta que él conocía y analizaba desde antes de su trasegar político en el marco del Nuevo Liberalismo, pues empezó muy joven en la burocracia de alto nivel -por méritos propios-, cargos que asumió con la mayor responsabilidad y supo aprovechar para construir el ideario político que canalizó hacía su egregia propuesta de gobierno.
En su nota a manera de presentación del libro, María Mercedes Carranza, dice sobre Galán en alguno de los párrafos: “Otros planteamientos suyos, como la necesidad de renovar el Congreso Nacional o sus denuncias sobre la corrupción de nuestra clase política han contribuido también a que el país comience a exigir alternativas de cambio para modificar la situación de caos que lo agobia”. Según esto, para el candidato asesinado en 1989, era agobiante el caos cabalgando sobre Colombia; veía como urgentes las alternativas de cambio; el narcotráfico que tan duro combatió, él lo percibía entonces como indicio de la descomposición nacional que se nos venía y él quería frenar. Hoy, son peores las sintomatologías de los males en Colombia con relación a la época de los análisis de Luis Carlos Galán.
Violencias de toda naturaleza, narcotráfico y corrupción, se entremezclan enquistados en una sociedad de ambiciones desmedidas, con mentalidad colectiva de negociante codicioso y de profundas incoherencias. Los personajes públicos, sean políticos o se trate de los sinvergüenzas que acompañan a tantos de ellos, hablan de lo que quiere oír el pueblo (el electorado), en cambio, los hechos ya cotidianos que trascienden a la opinión pública desde fuentes serias, o por el resultado de investigaciones limpias (que son pocas tristemente), contradicen las palabras. Los contenidos de lo que vemos y oímos en las redes sociales, televisión y otros medios susceptibles de manosear, están tan bien concebidos para conseguir el posicionamiento de amigos y la destrucción de los contrarios, que obviamente confunde a los ciudadanos y hasta nos atemorizan por el grado de incertidumbre que crean.
Luis Carlos Galán señalaba la Paz Interna como un primer objetivo, y lo expresaba así: “Vivimos una nueva época de violencia, distinta de la que hubo en el medio siglo, pero suficiente para dividir a los colombianos y para correr el riesgo de caer en procesos de descomposición similares a los de Centroamérica. Lo de hoy no tiene nada que ver con el bandolerismo de la primera parte de los años sesenta ni podemos limitarlo a la violencia formalmente política. Existe violencia social y económica y existe –sobre todo- una violencia cotidiana que surge del marginalismo social que denunciaba hace pocas semanas el doctor Carlos Llera Restrepo en uno de sus editoriales de Nueva Frontera”. Ya lo de Centroamérica es otra historia; y sí, los colombianos estamos profundamente divididos; somos como los enemigos irreconciliables por insensatez, jurando por igual ser los buenos cada uno desde su orilla, asegurando mientras brota el veneno, que los contrarios son los que odian. Los peores violentos, los de las armas ilegales sembrando terror, dicen estar inspirados en el bienestar y la igualdad para todos, estos son los príncipes de las mentiras usadas para darle bombón de trapo a los gobiernos de turno.
Lo más triste es que desde los análisis de Galán hasta el ahora, no solamente las violencias han empeorado sino que surgieron otras; más recientemente la más vil: el uso de la legalidad de las armas en su poder puestas en contra de vidas inocentes para ganar beneficios personales. Para agravar la descomposición agobiante -que tantísimo preocupó a Luis Carlos Galán- la corrupción sigue moviéndose como si nada, hábilmente, por los corredores del Congreso y por las oficinas de las dependencias gubernamentales. Por lo demás, si analizáramos qué han aportado al país los burócratas de las últimas décadas, nos encontramos un montón de politiqueros corruptos, faltos de idoneidad sin ninguna voluntad de servir.


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