Por Francisco Becerra
En Cali, la piña no es solo una fruta: Es un símbolo cotidiano, casi tan caleño como la brisa de las cinco y el saludo con palmada suave en la espalda. Y no es casualidad que aquí sea más dulce que en otras tierras. Con ese clima caprichoso que sube a 32 grados al mediodía y luego baja a 17 en la noche, las frutas del Valle viven un “estrés térmico” que concentra la sacarosa. Por eso la piña se vuelve más mieluda, más jugosa, más “hecha a mano por el clima”, como dicen algunos vendedores orgullosos.
Los puestos de piña fría son paisaje fijo en la ciudad. Están la carretilla metálica, la nevera azul repleta de tajadas brillantes, el cuchillo golpeando la tabla con ese tic-tic que ya es banda sonora del mediodía, y el vendedor que conoce las preferencias del barrio entero: Quién quiere sal, quién pide limón, quién la prefiere sola y quién, sin falta, dice: “Echate otra tajadita vee, pero bien fría”
La piña sale casi congelada, humeando del frío, y uno la recibe como quien acepta un milagrito refrescante en plena batalla contra el sol. Pero la verdadera magia está en lo que ocurre alrededor: Ahí mismo, en esa esquinita, se arma el bochinche. Gente que no se conoce termina conversando como si llevaran años compartiendo sala; se comentan los goles, los precios, los romances, los desencuentros y hasta los chismes con autor no identificado. El vendedor escucha todo, opinando apenas lo justo, pero con la sabiduría del que lleva décadas viendo cómo gira la vida desde un carrito.
Y, como buen caleño, el lenguaje popular le dio su propio giro a la fruta. En Cali se dice con naturalidad que “chupar piña es besarse”. Así, sin adornos. Una frase lanzada a media voz, medio en broma y medio en código, que funciona como guiño entre amigos, parejas o aspirantes a pareja. Porque aquí hasta la fruta sirve para decir sin decir.
Por eso, comer piña en Cali no es solo bajar el calor: Es participar en un ritual colectivo donde se mezclan dulzura, humor, costumbre y bochinche. Una simple tajada helada puede recordarle a uno que en esta ciudad hasta la fruta tiene vida social.
Porque la piña, en el fondo, es como Cali misma: Dulce por dentro, refrescante cuando hace falta, bulliciosa alrededor y siempre lista para convertirse en tema de conversación. Y si una fruta puede lograr todo eso, ¿cómo no quererla? Al final, basta una mordida fría, un chisme sabroso y un “chupar piña” dicho con picardía para entender que en esta tierra la cotidianidad también se saborea.
Ñapa: Para quienes no sabían, la piña o ananá es original de Suramérica y fue uno de los primeros tesoros comestibles que llevó Colón a España, devuelta de su primer viaje.
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