3 noviembre, 2025

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Los Susurros de Kico Becerra

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Francisco Becerra

Por Francisco Becerra 

Hace 40 años, subiendo las gradas del Capitolio Nacional para asistir a una sesión de la Comisión Primera de la Cámara, empezó la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19.

Viví en directo lo que fue ese tenebroso y sanguinario acontecimiento.  Desde la ventana de lo que era la secretaría de la Comisión Quinta observé cómo se disparaba a diestra y siniestra, por parte de los guerrilleros y por parte de la Fuerza Pública, en lo que se llamó la retoma.

Todo fue un caos.  Hasta un representante, hijo de Mariano Ospina, llamado Rodrigo, organizó a unos vigilantes del Congreso para disparar a la topa tolondra contra la fachada del Palacio de Justicia.

Consternado, vi cómo se empezó a quemar el edificio y cómo, desde un helicóptero, trataban de bajar policías a la azotea.  Con horror vi cómo se disparó el cañón de un tanque de guerra y se abrió un boquete en la parte superior del Palacio de Justicia.

Presenté y defendí una proposición ante la plenaria de la Cámara en el sentido de que los congresistas deberíamos quedar en sesión permanente mientras duraba el secuestro de los magistrados.  Recuerdo que dije que, mientras se quema la Justicia y el Ejecutivo no sabe qué hacer, el Legislativo debería permanecer presionando una solución para salvar las vidas de los secuestrados.  La proposición se aprobó, pero solo yo me quedé con dos periodistas y mi asistente hasta la mañana siguiente.

Puedo decir que fui de los primeros civiles que entró al incinerado edificio, donde todo estaba mojado y olía aún a carne chamuscada.

No olvido la salida a medianoche de un número importante de rehenes que iban desfilando hacia la Casa del 20 de Julio.  Ahí salieron los magistrados familiares del Ejecutivo.  Después vino la hecatombe, donde solo se escuchaban disparos de todos los calibres.

He leído todos los informes y libros que sobre ese tema han salido, y mi conclusión es que fue un acto salvaje del M-19, incentivado por Pablo Escobar y el delirio de los jefes de esa guerrilla.  Además, tengo la absoluta certeza de que hubo un vacío de poder y que las Fuerzas Armadas, tocadas en su honor y para evitar que volviera a pasar lo de la Embajada Dominicana, arrasaron con todo sin distinguir entre guerrilleros y civiles.  Todo fue despiadado.

Murieron muchos amigos y conocidos míos.  Entre ellos, Manuel Gaona, mi director de tesis de grado; el doctor Reyes Echandía, quien me ayudó a entrar al Externado; y Emiro Sandoval, compañero de promoción.  Ese día se oscureció la Justicia y no se ha vuelto a aclarar.

Retumban en mi mente las frases de Reyes Echandía en la radio:  Díganle al presidente Betancur que envíe a alguien a negociar o nos van a matar.

Nadie negoció y casi todos murieron. (Opinión).

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