
Por Francisco Becerra
Hay modas contemporáneas que me hacen sentir salido de contexto, una de ellas es la de los tatuajes.
Crecí en una época en que los tatuajes estaban destinados a los marineros y a los presos, con una sentencia inequívoca: «Más arrepentido que un tatuado».
En los últimos años se convirtió en moda destrozar la piel humana, con tintas multicolores que plasman imágenes diversas, nombres, fechas, inclusos poemas.
He guardado hasta hoy silencio sobre esa nueva costumbre porque, para no quedar como viejo pasado de moda, reservé mi opinión al respecto, partiendo del elemental principio de que cada cual puede hacer de su capa un sayo y de su culo un candelero.
Otro temor que me embargaba era el de no causar el efecto contrario en mis hijos y allegados al decirles que no se fueran a tatuar. Todos sabemos que, a determinadas edades esas prohibiciones son como decir: “hágalo”.
He roto mi silencio porque hoy vi a una pareja de ancianos más arrugados que un acordeón, totalmente tatuados, la piel de sus flácidos músculos era una amalgama de colores negros, azules oscuros y rojos; realmente horripilante; lo peor es que los mostraban con orgullo.
Sé que mi comentario al respecto de este espeluznante tema de los tatuajes causará rechazo en los jóvenes y en la gran industria del tatuaje que da muchos empleos; de hecho, he conocido que fabricantes de tintas, agujas y máquinas usadas para hacer tatuajes son grandes patrocinadores de películas y deportistas, para exhibir cuerpos humanos tatuados.
Categóricamente afirmo que, respeto el derecho de convertir la piel en un lienzo para escribir y para pintar lo que se le dé la gana a cualquier prójimo, lo que no significa que me parezca bonito, ni artístico.
Entiendo que debe ser muy interesante y erótico decirle a la pareja tengo ganas de verte el tatuaje de la araña verde de tu nalga izquierda y, ver cómo vuela la mariposa azul tatuada en tu seno derecho. Cosa que ya me empieza a causar arrepentimiento por mi apología anti tatuaje; pero, me ratifico en que no es bonito.
Al ver las pieles juveniles tatuadas con nombres de novios o novias pienso en qué harán el día en que se les acabe el amor y se separen. Me dirán que eso será después y que hay un dispendioso y caro procedimiento para borrarlos; pueden tener razón.
Nadie me quita la idea que tengo de que las empresas al tener que escoger entre un candidato(a) para un empleo tatuado(a) y otro que no esté tatuado, la tendencia es escoger al no tatuado; nace otra discriminación.
Ñapa: ¿Han visto las “cuchibarbis” que, después de salidas de reparaciones de sus defensas delanteras y traseras, se hacen tatuar una serpiente multicolor en sus recién inflados senos?
¡¡Joder!! Lo que nos ha tocado ver.
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