11 noviembre, 2025

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Los sordos ya no hablan

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@eljodario

… un país entero que se quedó sin palabras frente a su propia incapacidad de escuchar las advertencias que la ciencia, el sentido común y la naturaleza habían dado.

Por Rafael Araujo 

Los sordos ya no hablan, la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, irrumpe como una herida que vuelve a abrirse, un recordatorio vibrante de que el dolor colectivo también tiene su memoria, sus murmullos y sus silencios.

La frase que señala que “la terquedad en no instalar un sismógrafo volvió sordos a Manizales y Armero” funciona como la columna vertebral de la novela: una acusación contenida, un lamento, pero sobre todo un grito contra la irresponsabilidad histórica que precedió a la tragedia del 13 de noviembre de 1985.

Gardeazábal transforma este hecho doloroso no en un simple recuento, sino en una metáfora brutal: la sordera no es tan solo física o literal, sino moral, ética, institucional.

En su narrativa, los habitantes que ‘dejaron de hablar’ no son solo las víctimas directas de la avalancha, sino un país entero que se quedó sin palabras frente a su propia incapacidad de escuchar las advertencias que la ciencia, el sentido común y la naturaleza habían dado.

El escritor hila su relato con la fuerza de quien sabe que la literatura también es un acto de memoria, un modo de devolverle voz a quienes la perdieron y de señalar, sin ambages, la cadena de negligencias que pavimentaron la tragedia.

Así, la novela no solo reconstruye el horror, sino que también denuncia la terquedad y la ceguera de un país que ha aprendido a convivir con la fatalidad como si fuera un destino inevitable.

En ‘Los sordos ya no hablan’, el autor confronta al lector con la idea de que la tragedia pudo evitarse, que los silencios institucionales matan más que un río de lodo, y que la memoria, cuando se narra con la fuerza de la literatura, puede convertirse en un acto de justicia tardía pero necesaria.

Gardeazábal, con su estilo frontal y su sensibilidad para capturar la densidad emocional del desastre, nos recuerda que detrás de cada ruina hay historias que aún reclaman ser escuchadas.

Su novela es, en esencia, un esfuerzo por romper la sordera histórica y devolverle al país la palabra que perdió entre el estruendo de la avalancha.