Expresar estas realidades no es odio ni falta de humanidad o de espÃritu solidario. No se puede permitir que estas crÃticas sean acalladas y menos que se conviertan en delito.
La realidad es muy simple: en economÃa, no hay almuerzo gratis, todo lo que se mueve en la cosa pública tiene origen en los bolsillos de alguien, todo hay que pagarlo. Paradójicamente, si hoy los venezolanos deambulan por el continente como espectros de una teleserie de zombis es porque en su paÃs se creyeron el cuento del providencialismo estatal y acabaron con la propiedad privada y la iniciativa individual, confiados en que podÃan subsistir de las inmensas reservas petroleras que dilapidan por completo, hasta regalando la gasolina, que allá es más barata que el agua.
En ese sentido, Colombia ha recorrido mucho camino en materia de asistencialismo, ahorcando para ello el tejido empresarial y las clases medias, que pisan un terreno minado de impuestos. Nos posamos sobre una superficie de arena movediza de un 47% de informalidad, en tanto que la mayorÃa de asalariados labora en micros y pequeñas empresas porque las grandes compañÃas son tan pocas que no  representan ni el 3%.
Tal vez no se explicó bien el embajador ante la OEA, Alejandro Ordóñez, cuando dijo que los migrantes venezolanos «son parte de la estrategia para irradiar en la región el socialismo del siglo XXI», pero la verdad es que una migración desmedida puede desestabilizar a cualquier paÃs, y más a uno de condiciones sociales tan precarias como el nuestro. Yexpresar estas realidades no es odio ni falta de humanidad o de espÃritu solidario. No se puede permitir que estas crÃticas sean acalladas y menos que se conviertan en delito. Callarnos es jugar a favor del contrario; no somos responsables del dolor de los venezolanos y, aunque parezca absurdo, mientras más les ayudemos a paliar su crisis, más tiempo permanecerá en el poder el maldito castrochavismo.
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