28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¡Llegó la Hora!: Es menester desnormalizar a las escuelas

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. (foto) 

https://paideanueva.blogspot.com

Desde tiempos inmemoriales sobre la educación y sus procesos formativos existe un conjunto bien incrustado en la mentalidad colectiva de percepciones, mitos, creencias, comportamientos, actitudes y prejuicios. No hay un proceso social más severamente «norma – tizado» que la educación. Detallamos aquí algunas de esas «normas» escolares que no tienen sentido y que obstaculizan de manera severa la capacidad innovadora del maestro y el desarrollo de las libertades para enseñar y aprender. En el contexto extraordinario actual se ha usado la expresión «regresar a la normalidad», a la indeseada antigua normalidad; o sea, a la «a -norma-lidad», a lo que no ha funcionado; otros han apelado a la frase «nueva normalidad» sin que se diga qué será lo nuevo. 

Tomemos algunas de esa «normas» que hoy no tienen fundamento cierto y, por lo tanto, no corresponden a una educación para sociedades del siglo XXI. 

· La regla de la guillotina. Esta se basa en la creencia generalizada, concebida como inmodificable, que sostiene, como dogma pedagógico, que los estudiantes asisten a la escuela con una opción bipolar: «Ganar o perder el año». O sea, ellos empiezan cada año escolar con una guillotina amenazadora sobre sus cabezas y con la amenaza atormentadora del examen. Esto es contrario a la promoción del desarrollo y progreso constante de cada uno según necesidades y motivaciones para el aprendizaje. 

· No es correcta la regla que bajo el poder de examinar para calificar se asiente en la educación la horrible concepción del «sálvese quien pueda». Mientras las escuelas y universidades amplían cobertura, por la puerta de al lado o la trasera los expulsan, evitando que muchos puedan formarse y desarrollara sus capacidades para aportar sus mejores contribuciones a la sociedad. 

· Sin sentido, y en abierta violación al derecho a la educación, es la norma darwiniana que con exámenes, usualmente mal hechos, buscan identificar a los más aptos y excluir de variadas formas al resto. No tiene que existir un prejuicio, como norma consentida, que conciba que los estudiantes más pobres y marginados puedan encontrar un porvenir fructuoso fuera de las escuelas. 

· La indiferencia de muchos ha llevado a mantener la norma de que la escuela no forma para la vida democrática, lo cual ha conducido a una pérdida de su irrenunciable rol en la formación cívica y el buen comportamiento ciudadano y a que ella no sea en sí misma un templo de la democracia incapaz de construir mentes y escenarios propicios para la paz y la convivencia ciudadana. 

· La creencia imperante entre el libre desarrollo de la personalidad y el «libre desarrollo pleno y sano» de la personalidad. No se trata de formar cualquier personalidad sino una plena y sana. 

· La norma en donde lo arquitectónico predomina sobre lo pedagógico, sin importar la funcionalidad y las metas formativas que se persiguen. Así, se construyen mega colegios sin considerar el impacto negativo del atiborramiento de alumnos en las aulas y demás espacios de la institución escolar. 

· La regla, también arquitectónica, que considera de modo absoluto que las aulas son cuadrangulares, los estudiantes se arreglan en filas y el maestro tiene su espacio al frente. Sin fundamento se concibe al aula como el lugar supremo e insustituible para los diversos procesos formativos. 

· La norma de asignar tareas para asignar calificaciones en lugar de fijar metas mediante proyectos escolares que eleven la motivación, acrecienten el interés por saber y trasformen los espacios y momentos para el progreso constante durante todo el año calendario y no sólo en el año escolar. 

· La creencia acendrada de que todos aprenden igual, al mismo ritmo, en determinados momentos y espacios de tiempo según calendarios escolares rígidos y en aulas en donde se agrupan a todos los estudiantes independiente de sus conocimientos previos, actitudes, aptitudes o motivaciones. 

· La infundada prescripción de que el maestro debe «preparar clases y dictar contenidos». Dictar información para luego examinar es una norma sin fundamento. A esta se suma el prejuicio que concibe la educación como cierta clase de sastrería con procesos educativos iguales, de talla única, que sirven a todos los alumnos independiente de las siempre presentes diferencias individuales. 

· La confusión entre evaluar y calificar. Se asiste a la escuela para aprender y formarse como persona y ciudadano, no para ser examinado. En las pruebas para calificar se califica sólo el examen y no al alumno en su progreso individual, en su formación ética y moral, en su pensamiento crítico, inteligente y autónomo, creatividad e innovación y, tampoco, en las habilidades socioemocionales. 

· Se ha dicho y resaltado que el aprendizaje de la lengua materna y de la extranjera no se da por grados, sino por nivel de «proficiencia». Del mismo modo, no son asignaturas la ética, valores, formación cívica y religiosa, y la urbanidad, las cuales por regla incomprensible hoy deben ser dictadas y calificadas para ser aprobadas de cualquier manera. Se gana el examen y una calificación, pero se pierde la ética, la moral, el civismo, la urbanidad y el aprecio a las formas democráticas de gobierno. 

· Carece también de sentido la práctica que prescribe la formación por asignaturas bajo una impropiedad llamada malla curricular, malla en donde se enredan alumnos, maestros y padres de familia. No tiene sentido tal organización cuando ya hay modelos que bien especifican trabajos por proyectos con integración de áreas, como en la estrategia STEAMS. (https://rb.gy/0dcjzt). 

· Es impropia y discriminatoria la norma fundamentada en el prejuicio de que las mujeres no tienen espacio en las ocupaciones y profesiones en ciencias y tecnologías (llamadas STEM), a pesar de que ellas por muy distintos caminos demuestran lo contrario. 

· No puede seguir siendo una norma, sustentada en serios descuidos de las autoridades educativas, que las escuelas carezcan de unidades sanitarias, de agua potable, jabón y papel higiénico, circulación adecuada del aire, buena iluminación, áreas recreativas y de esparcimiento, conexión a Internet de alta velocidad y materiales didácticos y tecnológicos requeridos para una formación sólida. 

· No tiene valía una norma que impone la condición de responder a una prueba estandarizada para poder recibir el grado de bachiller, examen que, como bien se ha reiterado y se sabe, no ha demostrado ninguna utilidad cierta, no mide calidad de la educación y carece de validez para los procesos formativos necesarios en la sociedad y el mundo laboral del siglo 21. 

· En las instituciones que forman educadores en las Normales y Facultades de Educación existe la norma en la que la práctica profesional se realiza en las mismas condiciones y escuelas sin calidad, regidas por las normas que se precisan desterrar; así, no se cambia nada y los maestros en formación son llevados a replicar el modelo disfuncional vigente. Esta condición se agrava por el desconocimiento y la no aplicación de las muy bien establecidas leyes del aprendizaje escolar y de los muy amplios desarrollos en las neurociencias. 

· Es muy visible, así como inaceptable, la norma que tolera que los maestros puedan ser mal remunerados, prejuicio que se complementa con el que lleva a pensar que ellos no requieren de un sistema de atención en salud integral, de calidad y oportuno. 

· Y muy visible está la actitud que se observa en el muy bajo aprecio que reciben los educadores en la sociedad y la culpabilización a estos por las inadecuaciones, limitaciones y protuberantes fallas que tienen los modelos educativos. 

Hay más creencias, prejuicios, actitudes, mitos y falsas concepciones que se han consolidado como normas, las que el lector podrá reconocer y agregar. Es necesario volver acción el compromiso que tenemos, en cuanto ciudadanos, para consolidar modelos educativos con maestros empoderados y cualificados para innovar en las estrategias de enseñanza y de aprendizaje, capaces de formar a los alumnos con procesos pedagógicos personalizados, adaptativos y activos, para una sociedad y mundo laboral del siglo 21 que les garantice el derecho fundamental a una educación de calidad y asegure talento humano ético, moral, científico y tecnológicamente cualificado para el progreso nacional. 

Además, se requiere un nuevo ministerio de educación que supere su enredado actuar en la tradición normativa burocrática que lo ha incapacitado para liderar procesos de construcción de modelos educativos alternativos, de calidad, inclusivos y pertinentes para todos, en todos los grupos sociales y en cada una de las regiones del país.