
Por Carlos Alberto Ospina M.
La posverdad se ha convertido en estrategia de gobierno al mismo tiempo que la invención es un arte y la manipulación de datos una danza milimétrica. La falacia y el ajuste de cifras son herramientas útiles que, vuelven a la cara las palabras, a modo de tabla de salvación para quien está obsesionado con perpetuarse en el poder.
A fin de cuentas, son discursos de oráculo y de pelos de cochino metidos en la boca de un ojienjuto que cree cambiar la realidad con objeto de modelar el relato a su conveniencia. Para este, es equivalente la irreal venta 10 millones de toneladas de lechona en Japón que, el impacto del alza de la gasolina, porque “solo afecta a los ricos” (sic). En uno y otro tambaleándose apoyado en la base de un micrófono. Ese espectáculo provocó repugnancia completa y sin reservas.
Nada es más maleable que los números sometidos al arbitrio de un intrigante que transmuta los diversos tipos de información en materia ideológica. Dicho malabarismo metodológico logra maquillar los guarismos adversos con la finalidad de que el desastre se vea como un leve tropiezo. La democracia no muere por falta de discusión, puesto que la estrangulan los algoritmos disfrazados de prueba científica.
Así se escribe la historia de la fabulación explicativa que pone sombras donde no hay documentos verídicos. Con antelación, el debate es suplantado por promesas huecas y reiteradas ficciones en razón al control de los mensajes polarizantes que se viralizan sin filtro en las redes sociales y en los canales oficiales. Esta especie de telenovela política con diferentes capítulos de ebriedad y profundas alteraciones en la percepción de la realidad solo impacta a espectadores y fanáticos acríticos que repiten lo que oyen sin cuestionar al delirante.
El manual de proselitismo denota desprecio por la verdad, a falta de minería de datos, funciona mejor ganar percepciones. Cada actor elige la máscara que más le conviene para eternizar su presencia en el escenario de la opinión pública. ¡Qué triste gracia! detectar que la mentira dejó de ser un error ocasional para transformarse en política de Estado.
La veracidad estorba a manos de un exguerrillero narcisista maligno, borrachín y drogadicto que debería ser declarado indigno a causa de andar en boca de todos por sus constantes desatinos ¡Perdió la vergüenza y le importa un comino! Hizo desgraciados a cuantos lo rodean.
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