
Por Adriana M. Cardona.
Dicen los que saben que la investigación de las ciencias humanas nos lleva a percibir una mirada diferente sobre el conflicto armado en Colombia.
Las fuerzas militares han resistido el tema político por décadas y han combatido con honor y gallardía a los grupos al margen de la ley.
Su entrenamiento y disciplina a cargo de sus comandantes hacen que estos, al realizar el juramento, nos demuestren su libertad y compromiso para prestar su servicio a la patria en pro y beneficio de la sociedad. Dicen los que más saben que sus cambios hacen que su organización, operaciones, rango y tácticas sean su fuente de inspiración para tratar de consolidar unas fuerzas militares con una estructura útil para el Estado y sus asociados.
El reto es grande, puesto que mantener una seguridad nacional y el ser receptivos con el tema de la consolidación de Paz no debe ser una tarea fácil, máxime cuando el enemigo con su expansión y sus tácticas de extorsión, secuestro, minería ilegal, narcotráfico y muerte de nuestros soldados nos hacen entender que sus intenciones de “Paz” no son serias.
Es una insurgencia que amerita neutralizarla con una estrategia intelectual que los supere. No podemos olvidar que el «ELN» combina su doctrina marxista-leninista con su ideología copiada y sus manifestaciones que carecen de inteligencia y razón para mantener su discurso donde sus opiniones carentes de interés nos alertan y hablan de la desigualdad en América Latina como si fueran salvadores.
Con unas buenas botas de campaña, la Carta Política de Colombia y enalteciendo los tres colores de la bandera como en épocas pasadas, podríamos darles una derrota militar. Aquellos días inmemorables, “la operación Anorí” que debilitó su estructura de mando y que estos se vieron obligados a refugiarse en otros países de América.
Si revisáramos sus finanzas y estrategia política, su amistad con las FARC y sus disidencias, nos daríamos por enterados de sus verdaderas intenciones.
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