16 octubre, 2025

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Las Fuerzas Armadas guardianas de la Constitución

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Guillermo mejia

Por Guillermo Mejía Mejía 

 “Las Fuerzas Militares jamás darán tales ‘golpes de estado’, pero sí deberán hacer respetar la Constitución Nacional para que nadie atropelle la democracia, pasando por encima de ella”, dijo hace poco el general retirado Eduardo Zapateiro, excomandante del ejército nacional. 

Hasta donde se sepa, la fuerza pública, ejército, armada, fuerza aérea y policía, depende absolutamente del Presidente de la República, que es su jefe supremo y, además, a sus miembros, les está prohibido actuar en política y por lo tanto, no son deliberantes. 

La guarda de la Constitución Nacional, por mandato de esta norma suprema, está encomendada a la rama jurisdiccional: “A la Corte Constitucional se le confía la guarda de la integridad y supremacía de la Constitución”, dice tajantemente el artículo 241. 

Además, el Consejo de Estado es el competente para conocer de las acciones de nulidad por inconstitucionalidad de los decretos dictados por el Gobierno Nacional, cuya competencia no corresponda a la Corte Constitucional. 

O sea que, en estricto derecho, el Gobierno Nacional tiene unos controles constitucionales que debe ejercer la rama jurisdiccional. Pero ese control está lejos de ser ejercido por la fuerza pública como sugiere el ex militar, descontento con el actual gobierno. 

La frase del ex militar Zapateiro, parece ambigua pues también se puede interpretar como que, si una parte de la institución armada se rebela contra el gobierno legítimamente constituido mediante votación popular y reconocido por los demás países del mundo con los que tiene relaciones internacionales, como democrático y respetuoso de los convenios internacionales, la otra parte debe combatir para defenderlo. Ejemplos hay en la historia reciente del siglo XX a nivel mundial. El más conocido fue la guerra civil española. Tropas rebeldes al mando de generales descontentos con el gobierno republicano de izquierda, presidido por Niceto Alcalá Zamora, primero y luego por Manuel Azaña, como Sanjurjo, Mola, Millán-Astrais y Francisco Franco, entre otros muchos, apoyados por Hitler y Musolini, lograron derrotar al gobierno legítimo a pesar de que pocas tropas leales trataron de defenderlo. El resultado fue 36 años de dictadura fascista de Franco al que, hoy en día, se le han derrumbado la multitud de estatuas ecuestres que pululaban en España y sus restos ya no reposan en El Valle de los Caídos, porque la mayoría considera que está muy lejos de ser el héroe que algunos han tratado de vender. 

En Venezuela, tropas leales al gobierno de Carlos Andrés Pérez, lograron debelar el intento de golpe de estado de los insurgentes, al mando del coronel Hugo Chávez Frías, la Operación Zamora, el 4 de febrero de 1.992, al que, generosamente, después de este suceso, Rafael Caldera indultó y ahora todos conocemos los resultados. 

Hace poco, otro oficial retirado del ejército, que inclusive llegó a ser director de la organización de militares retirados, Acore, el coronel John Marulanda-qepd-, titulado en derecho, filosofía, historia, ciencia política y otros estudios, entre ellos uno en Harvard, propuso “defenestrar” a Petro. La palabra defenestración viene del latín de y fenestra, ventana, y significa arrojar a alguien por la ventana y también en la historia se conocen varios actos de defenestración, el más famoso, el que dio origen a la guerra de los treinta años, fue la defenestración de Praga en 1.618, cuando unos gobernantes, de tendencia liberal, tolerantes con el protestantismo, fueron arrojados por fundamentalistas católicos por la ventana de un castillo y se salvaron porque cayeron en un estercolero. Con miles de muertos, causados por la intolerancia, la guerra se extendió por toda Europa.  

Cinco novelas latinoamericanas, del subgénero de las dictaduras, tienen su inspiración en los gobiernos de este tipo que florecieron en el continente desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX, encabezados por militares o por civiles, apoyados por estos, que juraban defender la constitución de sus paises: “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias que se inspira en la dictadura de Manuel Estrada Cabrera en la Guatemala de los años de 1898 a 1920; “El Otoño del Patriarca” de Gabriel García Márquez que no se refiere a ningún dictador en particular sino al prototipo latinoamericano del tirano y “Yo el Supremo” del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos en la que cuenta cómo fue el gobierno del Doctor Francia, José Gaspar Rodríguez de Francia, a principios del siglo XIX. 

En la segunda mitad del siglo XX, aparecen otros militares “defensores de la Constitución”, cuya lista es bastante extensa pero que podemos mencionar algunos ejemplares de la más rancia estirpe militarista como Trujillo en República Dominicana, Castillo Armas en Guatemala, los Somoza en Nicaragua, Pinochet en Chile, Videla y compañía en Argentina y Castelo Branco en Brasil a los cuales añora el general Zapateiro. 

Esos parecen ser los modelos de gobierno que le gustan al general en retiro Eduardo Zapateiro, defensor de la Constitución Política de Colombia, que está cerquitica de pisar el artículo 470 del Código Penal. 

Tales declaraciones de oficiales retirados, llenos de títulos y medallas, no parecen tan inocentes pues alguien, desde la extrema derecha, con medios de comunicación de por medio, azuzan a los militares activos para que “guarden la Constitución”.