16 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Ladrones honrados

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Por Oscar Domínguez G.

Mi propósito era invitar a almuerzo ejecutivo a los ladrones honrados que aceptaran una invitación de la administración distrital y devolvieran a una de las 30 bibliotecas públicas locales los libros con los que se habían quedado en un ataque  parcial de amnesia. La amnistía para los fue lanzada por la Secretaria de Educación.

Tuve que desistir de la invitación a almorzar porque más de 16 mil amorosos morosos devolvieron libros. Ni siquiera una pensión de corrupto o de contratista ilegal de esos que convirtieron la sagrada casa en cárcel, habría podido pagar la cuenta de los corrientazos.

Para quedar a paz y salvo con las bibliotecas los olvidadizos debían consignar por escrito el motivo de la quedada. Aunque tampoco era imprescindible disculparse. Los timoratos o pusilánimes de oficio podían dejar “el olvido” en el sitio indicado y abrirse sin mirar atrás como la mujer de Lot.

El resto de los mortales podríamos aprovechar para exigir que nos devuelvan los libros que algunos bobos de profesión solemos prestar.

Bueno, y por ahí derecho devolver libros con los nos quedamos confiando en la mala memoria de los prestamistas.

Yo me había quedado, por ejemplo, con “Momentos estelares de la humanidad”, de Stefan Zweig. No contaba con la astucia y la memoria de cien elefantes africanos que tiene el Coco Rodrigo Ramírez quien me recordó mi olvido. Me copié del célebre vallenato y fui ladrón honrado a mis espaldas.

Me aplicó de mí misma medicina porque en el pasado aproveché mi desvertebrada columna en El Colombiano para reclamar dos libros que había prestado: “Yo, Groucho”, autobiografía de Groucho Marx, y “La alegría de leer”, de don Evangelista Quintana que “obraba” en poder de Elena Botero Jaramillo, hermana del gran Baltazar.

Tuve éxito en mi doble reclamación. En el primer caso, el deudor era el exministro Gilberto Echeverri Mejía, de feliz memoria, como dicen los papas de sus antecesores.  Elena, también de feliz memoria, no solo me devolvió mi ejemplar, sino que me indemnizó con un algo más cuñado que una mesa coja.

Quise devolverle a su legítimo dueño, Orlando Cadavid Correa, su libro “Cuarenta biografías anecdóticas”, de Dale Carnegie, pero mientras lo leía a paso de ganso, para generar olvidos, el hijo de doña Angélica nos dejó. El solitario del barrio Carlos E. Restrepo era generoso con sus amigos: solía sorprendernos con regalos. A mi cambuche llegó una vez la obra completa de Borges, en edición crítica. Antes había llegado todo Cortázar y los libros de Gay Talese.

Cómo no aprovechar para pedir a quien lo tenga mi libro “Autobiografía de un yogui”, de Paramahansa Yogananda el libro que un tal Steve Jobs y este pecho, solíamos regalar. Tengo identificado al ladrón. Doy una pista: en su primer nombre tiene la letra hache. Le doy diez días para que me lo devuelva…