Por Gloria Montoya Mejía
Estamos en el mes del amor y la amistad, y aunque el día de la gran celebración ya ha quedado atrás, diría que sin la pasión y el fervor de otras épocas, aún vale la pena detenerse a reflexionar. En estos tiempos digitales, donde compartir una simple arepa con los amigos se ha vuelto casi un anhelo imposible, y aunque estemos a un solo clic de todo… en realidad, lo que más nos conecta es el frío e impersonal clic. Pareciera que lo único que nos une ahora es la pantalla. Los mensajes llegan por montones —ninguno escrito a mano, ¡ah, la nostalgia!—, pero adornados con frases inspiradoras que, aunque virtuales, admito que logran tocar el corazón.
Entre esos mensajes, uno en particular llamó mi atención, una cita del gran Voltaire: “Solo entre hombres de bien puede existir la amistad, ya que los perversos solo tienen cómplices, los voluptuosos compañeros de vicio; los políticos partidarios; los príncipes, cortesanos; únicamente los hombres honrados tienen amigos.” Me fascina Voltaire, adoro leer Cándido, pero debo disentir un poco… ¿Solo los hombres honrados tienen amigos? ¡No lo creo! Yo confío en los amigos temáticos, esos que recolectas a lo largo de la vida, según las aventuras, los tropiezos y las locuras que decidas vivir.
Porque, seamos sinceros, la vida no es más que una tragicomedia. Con sus ciclos de subidas y caídas, de logros y extravíos, de momentos en los que te pierdes y otros en los que te encuentras. En cada uno de esos momentos, siempre hay alguien que te extiende la mano, te brinda un abrazo, te arranca una carcajada, seca tus lágrimas o, si es necesario, llora a tu lado. Esa persona que, aunque esté aún más perdida que tú, te hace creer que la vida es más llevadera, que incluso cuando todo se tiñe de oscuridad, habrá un rayo de luz, porque te asegura, con convicción, que todo estará bien.
Sin embargo, mientras divagaba sobre el asunto, llegué a la conclusión de que quizá hemos cargado la palabra «amistad» con un peso demasiado grande. Le exigimos demasiado, la hemos idealizado más de lo necesario.
Quizás sería más sencillo si entendiéramos que los amigos no son bancos, ni terapeutas de guardia destinados a soportar nuestras tempestades emocionales, ni mucho menos solucionadores de problemas que nosotros mismos no queremos enfrentar. No deberíamos malgastar su tiempo ni desgastar su energía vital.
Los amigos, pienso, deberían ocupar ese espacio donde residen las almas ligeras, los seres que nos brindan pequeños momentos de alegría que alivian el alma: con quien compartir una charla, ir al cine, saborear un helado, salir a caminar, o disfrutar una copa de vino. Esos gestos sencillos, que, según los entendidos, son los que realmente nos alivian el estrés y elevan nuestros niveles de felicidad.
Más historias
Las verdades de Javier Darío Restrepo
Con prevención y pedagogía, intervenido el corredor de Metroplús en Manrique
Más ruindades en el gobierno Petro