A nadie se le había pasado por la cabeza que funcionarios de la JEP solicitaran coimas multimillonarias para impedir la extradición de Santrich.
Mientras en Alemania le acaban de imponer cadena perpetua a un individuo tan solo por envenenar la merienda de sus compañeros de trabajo —ninguno de los cales ha muerto—, en Colombia la izquierda pretende que nos traguemos enterito ese bodrio envenenado que es la Justicia Especial para la Paz (JEP), un tribunal que tiene por misión preservar la impunidad de los crímenes de las Farc, cuyos cabecillas no verán un solo día de cárcel por sus miles de asesinatos, secuestros, reclutamientos forzados, violaciones, desapariciones, etc., ni por el tráfico de narcóticos y los incuantificables daños materiales y morales que han provocado a lo largo y ancho del país durante 50 años.
En sus escasos meses de existencia, la JEP ha protagonizado toda clase de escándalos porque nació podrida de origen e intención. Bastan las palabras del jefe máximo de las Farc, alias ‘Timochenko’, para entender que se trata de una institución espuria, que nada bueno le puede traer al país: «…este tribunal es una experiencia única en el mundo, creado por los mismos insurgentes, en que los mismos insurgentes contribuyeron a su creación para someterse a ese tribunal. No hay antecedentes en el mundo en ese sentido…». De tal manera que la JEP equivale a la cárcel de la Catedral que se construyó el mismo Pablo Escobar para «someterse» a la justicia, y todos sabemos lo mal que terminó esa historia. (Lea la columna).
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