Los criminales suelen tener admiradores que son atrapados por la “generosidad” de los personajes del bajo mundo. En Colombia el narcotráfico ha socializado la aventura y les ha dado estatus a los muchachos de bandas barriales. Por llevar una vida colmada de riesgos y temerarias operaciones clandestinas, los narco dirigentes que alcanzan altas cotas de dinero y reconocimiento popular, siembran un reforzamiento del machismo que embruja a las jóvenes atemorizadas por una vida sin futuro y la admiración de los adolescentes. Son modelos a imitar en una sociedad donde los altos heliotropos del estamento de mayores ingresos y propiedades, se movió durante muchas décadas por los principios de la caridad y no los de la solidaridad, la eficiencia laboral y el incentivo de la cultura del trabajo.(Lea la columna).
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