29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La pobreza de aprendizaje es la génesis de todas las pobrezas

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

https://paideianueva.blogspot.com/

«La ignorancia es la madre de la maldad y de todos los demás vicios». – Galileo 

Al momento de nacer, y sólo por ese trascendental hecho, todo nuevo ser humano llega con un acta indeleble, perenne e irrenunciable que proclama todos sus derechos, entre ellos el derecho a aprender. También trae consigo el derecho a ser debidamente formado para cumplir con sus deberes. 

El derecho a aprender, a formarse en los más altos y necesarios valores humanos, está amparado por las cinco características de los derechos humanos que ha señalado por la ONU, ellos son: Universales, inalienables, irrenunciables, imprescriptibles e indivisibles. A las que se agregan su carácter de interdependientes, progresivos, inderogables y en permanente evolución. (https://rb.gy/az4kat).  Derechos que, para el desarrollo íntegro de los niños, están amparados en   la Convención sobre los Derechos del Niño y por códigos de infancia, niñez y adolescencia de muchos países.  (https://rb.gy/8quglh).  

Pero conexo con el derecho fundamental a la educación de cada niño, niña y joven en el mundo, está el derecho a aprender, el derecho a la riqueza del aprendizaje y a sus efectos positivos en la vida de ellos y de cada ser en todas las comunidades en el mundo.  

Se conocen y se sufren distintas clases de pobreza. En Colombia se reconocen dos tipos de ellas: 1. Pobreza monetaria, referida a ingresos por debajo del mínimo estimado para atender las necesidades básicas y 2. Pobreza multidimensional, concerniente a privaciones en cinco dimensiones (condiciones educativas del hogar, condiciones de la niñez y la juventud, salud, trabajo y condiciones de la vivienda y acceso a servicios públicos domiciliarios). (Véase: https://rb.gy/yo0lag). Al lado de ellas está la omnipresente, grosera e intolerable pobreza de aprendizaje, la cual también está muy mal distribuida en el mundo y es la base de las pronunciadas desigualdades y exclusiones que tanto se recuerdan, que conocemos, vivimos, ignoramos o toleramos. 

Bien se ha dicho que los procesos formativos escolares están instaurados bajo el sólido e irrenunciable principio de facilitar el aprendizaje y el progreso de todos y cada uno de los estudiantes, sin excepción. De esa formación, con muy altos niveles de aprendizaje, depende la consolidación del talento humano necesario para el progreso social, económico, político, cultural y ético de las naciones. La ignorancia no conviene a nadie. 

Un niño, niña o joven mal educado, sin los niveles necesarios de aprendizaje para insertarse productivamente en la sociedad, constituye un atropello a sus derechos y es de muy alta inconveniencia para todos. No basta que pocos alcancen los niveles requeridos para ser personas y ciudadanos productivos. De altos y consolidados niveles de aprendizaje por todos depende el mejor estar colectivo, la reducción de la pobreza, el ejercicio pleno de la democracia participativa, la convivencia pacífica, las conductas éticas, el progreso en las ciencias, las tecnologías, las artes y las culturas, el desarrollo sostenible y la preservación de la vida en el planeta. Que todos, niños y niñas y jóvenes, se eduquen con calidad es de conveniencia común y forma parte de los compromisos irrenunciables de cada ciudadano, de la sociedad civil y de sus gobernantes. 

Como es bien es sabido, asistir a la escuela no garantiza el aprendizaje y mucho menos el aprendizaje continuo para la vida, para sí mismo, para la sociedad, para el trabajo y para el necesario e invaluable aporte al bien común y al progreso colectivo. Cuando no se garantiza a cada niño, niña o joven el derecho a una educación con calidad, sin ninguna clase de exclusión o limitación, se comete una grave injusticia y una violación a sus derechos fundamentales como, con infortunio, ocurre en todo el mundo y ha sido agudizado con la crisis sanitaria mundial de los dos últimos años. La negación de acceso a una educación con calidad es una privación al progreso colectivo, a la construcción de una comunidad planetaria, al derecho a acceder al conocimiento global y, cómo se reconoce, a los bienes materiales y espirituales que son de propiedad universal.   

Desde antes de la pandemia del coronavirus eran muy evidentes tanto la privación de la escolaridad como las carencias de aprendizaje. La pobreza del aprendizaje fue agudizada por ese fenómeno sanitario mundial, el cual  ha llevado a  una «crisis mundial del aprendizaje», a una exacerbación de la pobreza de aprendizaje, en especial para quienes ya la sufrían, con serios retrocesos en los esfuerzos de los países por mejorar su capital de talento humano  y la amenaza de no  poder alcanzar, para 2030, la totalidad de los  Objetivos de Desarrollo Sostenible, en especial: el 4 (Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos), el 1 (Acabar con la Pobreza Extrema), el 2 (Hambre Cero),  el 8 (Trabajo Decente y Crecimiento Económico) y el 10 (Reducción de las Desigualdades).  

La «pobreza en el aprendizaje» fue definida por el Banco Mundial y la UNESCO como un indicador multidimensional en la educación, centrada en que todos los niños, en primer lugar, deben estar en las escuelas, aprendiendo y  ser capaces de leer a los 10 años un texto  apropiado para su edad. Para esas dos organizaciones en términos sencillos: «La pobreza de aprendizajes significa no poder leer y comprender un relato simple a los 10 años». Es decir,  que para esa edad no deben existir «carencias en el aprendizaje»; o sea que todos los escolares deberían ser capaces de  leer,  con independencia cognitiva y con fluidez, textos narrativos y expositivos sencillos y breves, poder encontrar información explícita, interpretar y dar explicaciones propias sobre las ideas claves en los  textos, hechos y personajes, así como reconocer las intenciones comunicativas del autor. https://rb.gy/vjlref,https://rb.gy/mtstgj).     

A partir de esa conceptualización, las «carencias en el aprendizaje» fueron concebidas como la tasa de niños que al final de la escuela primaria tienen un nivel de lectura por debajo del nivel mínimo (según lo definió en 2018 la Alianza Global para el Seguimiento del Aprendizaje), teniendo como referencia el Objetivo 4 de  los Objetivos de Desarrollo Sostenible.  Esta misma organización acordó  ser prudente en la fijación de un  estándar global para el seguimiento del progreso en el aprendizaje de los estudiantes y, por ello,  señaló que el  constructo  «pobreza en el aprendizaje» incorpora: Los indicadores de escolarización y de aprendizaje que combinan la tasa de niños en edad de primaria que no están escolarizados con la tasa de alumnos que, aunque estén escolarizados, no alcanzan los niveles de habilidad en la lectura y que, por ello, padecen «carencias en el aprendizaje». (https://rb.gy/vjlrefhttps://rb.gy/mtstgj).    

La «pobreza en el aprendizaje»  no se refiere a resultados en exámenes, su superación no consiste en mejorar los puntajes en ellos, los que con desafueros pedagógicos y con acendrada crueldad son empleados para castigar y excluir de manera inmisericorde («masacre académica», se dice en algunos contextos) a quienes tienen, como preexistencia, «pobreza de aprendizaje» y las demás pobrezas que lo acompañan. Es muchísimo más que eso. Implica la superación de los diversos factores de desigualdad, inequidad y exclusión que afectan a millones de niños, niñas y jóvenes en el mundo. La superación de esta pobreza tiene que ver con adecuadas y profundas transformaciones en las políticas públicas fijadas por los gobiernos y legisladores, el compromiso de las personas y organizaciones de la sociedad civil, así como de padres y maestros con el futuro de los niños y del conjunto de la sociedad local y global. 

Si como dice el adagio que está en el epígrafe de este artículo atribuible a Galileo: «La ignorancia es la madre de la maldad y de todos los demás vicios».  La «pobreza en el aprendizaje» es padre y madre de todas las injusticias, desigualdades e inequidades que recorren a este mundo y que condenan a millones a una calidad vida subhumana.  

El poeta venezolano Elías Calixto Pompa escribió en el siglo XVIII un corto poema en donde resaltó: El ignorante vive en el desierto/donde es el agua poca, el aire impuro./ Un grano le detiene el pie, inseguro/ camina tropezando, vive muerto. 

Y agregó: 

Estudia, y no serás cuando crecido, 

ni el juguete vulgar de las pasiones, 

ni el esclavo servil de los tiranos. 

La riqueza del aprendizaje es la madre del progreso colectivo fundada en una escolarización con calidad inclusiva y de calidad para todos. En esa riqueza está la génesis de la inclusión, la justicia y la igualdad. 

Garantizar esa educación es una condición esencial para superar la «pobreza del aprendizaje» y para forma un ciudadano democrático con un desarrollo pleno y sano de su personalidad, lejos de ser esclavo servil de los tiranos.