
Por Darío Ruiz Gómez
Para mí lo repugnante de la actitud del populismo frente a la tragedia del pueblo palestino y las matanzas de Netanyahu y los fundamentalistas, es la grosera manipulación que hacen de esta tragedia para, ignorando lo que significa el dolor humano en la diáspora de una comunidad moviéndose a la deriva tal como lo expresó el Rey Felipe en su magnífico discurso en la Asamblea de la ONU recordando las raíces sefardíes de España -el todos somos judíos-, escenario donde otros diplomáticos se olvidaron de este padecimiento para convertir sus desencajadas peroratas en risibles condenas al “Imperialismo”, eso sí olvidando igualmente que el desencadenante y beneficiario de este horror es esa banda de asesinos de Hamás que se apropió de Gaza para imponer en escuelas y en la universidad el culto del fanatismo y desde allí comenzar una serie de repetidas escaramuzas sobre Israel.
Se condena entonces el atropello que se ha hecho a un pueblo mártir colocado como señuelo por Hamás, para desencadenar una permanente desestabilización de la región.
Lo propio de una organización terrorista es mantenerse en la provocación y en la comodidad que brinda la clandestinidad. Para el fanático de cualquier clase de pelambre el fin justifica los medios y esto es lo que ha llevado al pensamiento civilizado a la conclusión de que frente a un terrorista no se puede caer en la ingenuidad de ofrecerle la mano porque la misión del terrorista, del fundamentalista religioso no es reconocer al otro si no eliminarlo. Y esta constatación exige una respuesta en la cual, contra las estrategias de la barbarie, es necesario imponer la claridad que permita distinguir al oprimido, al negado, de sus verdaderos opresores.
Si el Presidente Petro se desgañita, llega a sudar copiosamente y anula finalmente la lógica de su discurso con una pataleta desafiante, lo que se impone finalmente como imagen suya no es la de un líder de la liberación en el mundo si no la de un irreflexivo buscapleitos que invadió el territorio estadounidense para pedirle al ejército de una nación que desobedezca a su Presidente en una clara demostración de infantilismo político y de maniqueísmo político.
El gran pensador católico Gabriel Marcel definió la muerte del pensamiento como la cosificación de la conciencia humana -lo que Marx llamó reificación- o sea la b pérdida de la capacidad de reflexión para racionalizar una situación, tema que se convierte en parte esencial de la filosofía del siglo XX y hoy vuelve a ocupar el primer lugar de atención ante hechos de violencia y de horror como aquellas que Marcel y su generación vivieron.
Solo que hoy los Gulags, los campos de concentración, la sistematicidad en los crímenes de poblaciones enteras para estos agitadores de profesión que llenan las calles protestando supuestamente contra Netanyahu, cuidándose de condenar a Hamás. Pensar es desalojarse, conmoverse, partir a la búsqueda de algo que hace falta y por eso el proyecto de una democracia -Demos significa concederles la palabra a los otros- tiene que partir de la premisa de la libertad. Quien piensa es un individuo, pero el individuo convertido en una masa enfurecida, apedrea, destruye porque no piensa y este no pensar es el objetivo del populismo, bajo estas circunstancias el inicio del antisemitismo.
Anorí sometido durante décadas a la violencia de las FARC-ELN o sea al modelo Hamás, hoy permanece secuestrado. Las minas, las ejecuciones brutales de los mercenarios impiden la salida de sus gentes aterradas.
Calarcá mientras asesina policías “continúa sentado en una mesa de conversaciones”, como le acaba de recordar el alcalde de Anorí a los hipócritas progres que manipulan la tragedia del pueblo palestino: “No olviden que Anorí es Gaza”.
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